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El vaticinio es una larga poesía, directa, ágil y clara en sus contenidos que muestra dos predicciones. La primera la entendió Pío VI claramente. La segunda es de creer que la dejara para tiempos mejores. Pero aquel primer vaticinio del venerable Bartolomeo de Saluzzo lo vivió en sus propias carnes. Que ya antes de que la nueva Francia trastocara todo el orden europeo pudo leer aquellos duros y claros versos de fray Bartolomeo: “vendrá la dura Francia y de tales males llorarán pastores y prelados”, o aquel otro que los años posteriores le harían recordar con dolor “¿Que es el Gallo ya venido? ¿Y, tú, Anciano Jefe, que harás? Que vendrá el Gallo cantando fuerte ¡y a cuantos de los tuyos dará muerte!”. Pero el segundo vaticinio era evidente que hablaba de otros tiempos, de tiempos inciertos futuros. Sus temores habían quedado confirmados con la primera predicción de fray Bartolomeo. La revolución francesa era la semilla dolorosa, pero más dolorosos serían los frutos. La segunda predicción quedaba ahogada en la indeterminación del mañana. “Después de un curso de tiempo otro será el que venga: preparado de cepos y cadenas”. Pero las cadenas que habrían de preocupar al Pontífice serían las de Francia.

Y es que se muestra la historia preñada de ellos, y más en los tiempos difíciles dondese descubre con asombro como el misterioso halo que los emana se vuelve generoso no, exuberante. Así pasó con la revolución francesa, donde decenas de profecías, augurios o vaticinios anticiparon su cruenta venida. Quizá porque de tan aciaga semilla revolucionaria se expandió por el mundo intelectual y político la construcción de un mundo que no sólo no necesitaba a Dios para nada sino que acabaría persiguiéndole. Y así lo constató Pío VI en carne propia, evidenciando que a Dios gusta atacársele atacando a su Iglesia, primero preparando la construcción intelectual que justifique y desprecie, segundo preparando el golpe en el momento oportuno.
Estamos en su canto segundo (predicción segunda, dice el manuscrito) y de modo sorpresivo el que se ha mostrado elocuente y claro, desconcertantemente se torna misterioso. Es un simple nombre que se vela, unos puntos suspensivos enigmáticos. Pero llaman profundamente la atención.
“Tu que de Pedro portas
la gran mitra y la gran llave,
sin espada ni armas
morirá el papa B...
(Y entonces ) lo verás claro y distinto,
que mentira yo no he dicho.”
la gran mitra y la gran llave,
sin espada ni armas
morirá el papa B...
(Y entonces ) lo verás claro y distinto,
que mentira yo no he dicho.”
Bartolomeo, que se ha mostrado siempre expreso, claro y nítido, vela un nombre. Y tal silenciamiento es fundamental por cuanto todo el canto segundo, toda la profecía segunda, se quiere enmarcar en torno a esa enigmática muerte tras la cual se hará evidente cuanto se ha profetizado. Como esas corrientes del mal remansadas que habrán de ver roto el dique que hasta ahora las ha detenido. Pero tan llamativo como ese nombre velado son las pinceladas que describen el entorno en que se producirán las cosas: los pecados de los hijos de la Iglesia (“ah, monjes, sacerdotes y frailes, si no cambiáis de vida, también vosotros seréis hechos trizas”); la riqueza precedente y abruptamente finalizada (“mas decidme, ciudades ricas y ornamenteadas, que habéis devenido en pocilgas... Que ni les han de valer las torres ni sus fuertes muros”). O cuando predice la división de España, o la violencia que anegará Europa -e Italia en concreto-. O la vuelta de un islam violento ("vendrá el Turco Moro gimiendo como un toro, haciendo estragos con brasas de hierro y goma...”).
Cierto, no dejan de ser descripciones aplicables a muchas épocas, a muchos tiempos, pero ese enigmático “papa B” enmarcará todo en una dimensión históricamente concretable.
Y es que es ésta una época extraña, porque muchas de las cosas vaticinadas desde tiempos remotos parecen congelarse en nuestros días. Como si los detalles que ayudaran a ubicar las épocas descritas no avanzaran más allá de la nuestra. No, no se nos han dado detalles visuales que eleven nuestra imaginación sobre cómo habrá de ser el soñado mañana del hombre, pero continuamente se han vaticinado detalles referidos a nuestros días como aquella mítica frase de san Vicente Ferrer de que las cosas ocurriráncuando los hombres vistan como mujeres y las mujeres como hombres. Es una sobreabundancia, como constelación de hitos que parecen remansarse en esta contemporaneidad. Pero congelación condensada que invita a pensar que quizá el mal es de fondo, permanente, como una corriente que naciendo en tiempos anteriores ha llegado a nosotros, quedando contenida a la espera de su desenlace.

Pero no es más que un vaticinio. Uno más entre tantos otros. Y así lo dejo, como curiosidad para estos tiempos oscuros porque, junto con males y dolores, el venerable Bartolomeo nos dejó esperanzadores cantos a una renovación de la Iglesia:
“la Iglesia en oriente,
¡oh, afortunada gente
que la veréis plantada y renovada.
Vedla tan bella como al principio,
tú, luciente estrella,
que darás inicio
a tan bello edificio.
¡Oh, que recompensa!
¡Oh, feliz suerte!”.
¡oh, afortunada gente
que la veréis plantada y renovada.
Vedla tan bella como al principio,
tú, luciente estrella,
que darás inicio
a tan bello edificio.
¡Oh, que recompensa!
¡Oh, feliz suerte!”.