Cuando la revista 30 giorni llevó a las imprentas su edición de junio de 2001, sabía que en breve estallaría una mina de polémica y notoriedad. Dos años antes la Santa Sede había publicado el nuevo Ritual de Exorcismos, y el más prestigioso y conocido exorcista de la Iglesia Romana llevaba meses denunciando tal “manual”. Era una sencilla entrevista. Las preguntas directas y concretas. Las respuestas, evidentemente, explosivas.
El entrevistado, don Gabriel Amorth, llevaba muchos años a cuestas lidiando con exorcismos. Por sus manos pasaban los casos más difíciles, muchos de ellos venían previamente de otros exorcistas (o de sacerdotes de a pie, -que los obispos eran reticentes a autorizar exorcismos en tantos casos-) y sus libros y entrevistas en la televisión eran betseller y éxitos de audiencia. Todo un filón para los medios era el padre Amorth. 30 giorni sabía lo que hacía y no perdía la oportunidad: preguntas claras para respuestas concretas. “Hay que ir a la polémica”. Y lo consiguieron.
Famosa fue la entrevista por la claridad con que denunciaba el padre Amorth. Denuncias que se elevaban desde los oscuros rincones de la demonología para sobrepasar los muros vaticanos y señalar directamente confabulaciones y orquestaciones curiales para lograr del nuevo Rito de Exorcismos algo inocuo e inofensivo. Para ilustrarlo narraría una de las anécdotas más sorprendentes:
“Celebramos un convenio internacional de exorcistas, cerca de Roma, y pedimos que el Papa nos recibiera. Para no presionarlo, y evitar añadir otra audiencia a las muchas que ya tiene, simplemente, pedimos que se nos recibiera en audiencia pública, la del miércoles en la Plaza de San Pedro. Ni siquiera pedimos que nos nombrara en sus saludos personales. Hicimos la petición, en la manera en que lo ordenan los cánones, como recordará, perfectamente, Monseñor Paolo De Nicolo, de la Prefectura de la Casa Pontificia, quien recibió de buena gana nuestra petición. Sin embargo, el día antes de la audiencia, el propio Monseñor Nicolo nos dijo - con pena, esa es la verdad, por lo que estaba claro que la decisión no la había tomado él - que no asistiéramos a la audiencia, y que no habíamos sido admitidos. ¡Increíble: 150 exorcistas procedentes de los cinco continentes, sacerdotes nombrados por sus obispos de conformidad con las normas del derecho canónico, que exigen sacerdotes de oración, de ciencia y de buena reputación - es decir, de alguna forma, la flor y nata del clero-, sacerdotes que piden participar en una audiencia pública del Papa y se les echa a patadas!. Monseñor Nicolo me dijo: "Le prometo que, inmediatamente, le enviaré una carta explicando la situación". Han pasado cinco años y, todavía, estoy esperando esa carta. Desde luego, no fue Juan Pablo II quien nos excluyó. Pero el hecho de que a 150 sacerdotes se les prohíba participar en una audiencia pública del Papa en la Plaza de San Pedro, explica la clase de obstáculos a los que se enfrentan los exorcistas, aún dentro de su propia Iglesia, y hasta que punto, son mal vistos por un gran número de autoridades eclesiásticas.”
Sin embargo esto no era nada más que lo anecdótico, La denuncia más grave –desde su perspectiva profesional- estaba circunscrita al Nuevo Ritual: “los exorcistas, que tenemos que utilizarla, aprovechamos para señalar, una vez más, que no estamos de acuerdo con muchos puntos del nuevo Ritual. El texto latino sigue siendo el mismo en esta traducción. Un Ritual tan esperado, al final, se ha transformado en una farsa. Un increíble obstáculo que podría impedirnos actuar contra el demonio.” Cierto que no todos los exorcistas opinaban igual, pero que la opinión del más reputado y prestigioso exorcista de la Iglesia fuera ésta era para no tomarlo a guasa.
Sin embargo la miga no estaba ahí –o no sólo estaba ahí-. El dedo acusador del padre Amorth era más largo de lo esperado: declaraba la estrategia de Satanás metiendo el dedo en llagas dolorosas.
Y es que si bien en estos tiempos de descreencia en el Maligno, la catequesis habitual más ortodoxa no había rechazado tal verdad de fe, si que había reducido el viejo aforismo de san Pedro “el demonio cual león rugiente esperando a quien devorar” a una caricatura de si mismo. Rugirá mucho, diría la catequesis al uso, pero como “perro encadenado” ya ha sido vencido por Cristo. De tal modo, que cual bálsamo de fierabrás, lo escatológico se había comido, como en un suspiro, la notoria realidad histórica y diaria.
El padre Amorth evidentemente asumía la sabiduría agustiniana del “perro encadenado”, cierto que actualizada a estos tiempos descreídos, pero partiendo de esa verdad y declarándola daba un paso más allá. Asumía el modus operandi al uso, tradicional diríamos, de Satanás: “Su estrategia es siempre la misma. Ya se lo he dicho, y él lo reconoce. Hace creer que el infierno no existe, que el pecado no existe, y que él es solamente una experiencia más que hay que vivir. Concupiscencia, éxito y poder, son las tres grandes pasiones en las que Satanás se fía.” Pero Gabriele Amorth iba un paso más allá. Y en un juego de claridad entrevistado y entrevistador dejaron correr ríos de polémica:
- Padre Amorth, el satanismo se difunde cada vez más. En realidad, el nuevo Ritual hace difícil la práctica de los exorcismos. A los exorcistas se les impide que participen en una audiencia con el Papa en la Plaza de San Pedro. Dígame, sinceramente: ¿qué es lo que está pasando?
- El humo de Satanás ha entrado a todas partes. ¡A todas partes! Quizá fuimos excluidos de la audiencia del Papa, porque tenían miedo de que tantos exorcistas consiguieran expulsar a las legiones de demonios que se han instalado en el Vaticano.
- Está bromeando, ¿verdad?
- Le podrá parecer una broma, pero yo creo que es verdad. No tengo ninguna duda de que el demonio tienta, sobre todo, a las autoridades de la Iglesia, así como a cualquier otra autoridad, en la política y la industria.
- ¿Está diciendo, entonces, que en ésta, como en todas las guerras, Satanás quiere conquistar los altos mandos, para tomar prisioneros a los generales del adversario?
- Es una estrategia victoriosa. Siempre se intenta ponerla en práctica. Sobre todo cuando las defensas del adversario son débiles. Satanás también lo intenta.
Había una estrategia maléfica que pasaba por controlar autoridades de mundo y de Iglesia. Había un proyecto. ¿Pero todo esto no era acaso retórica barata, charla de mercadillo? Al menos no quedaba en duda la gravedad de la denuncia elevada por el padre Amorth. Y es que no se señalaba sólo un modo de tentar, se indicaba un modo de operar, una estrategia. Pero si su denuncia no bastaba, la realidad del siglo XX era elocuente por si misma. Demasiada sangre, demasiado terror en un solo siglo. ¿No había sido llamado acaso el siglo de las violencias? Tanto que la metáfora “del perro y la cadena” parecía despreciar burdamente los terribles sufrimientos infligidos a una doliente humanidad durante tantos decenios. Sufrimientos que, para escarnio de la modernidad ilustrada, no había tenido causa alguna en las guerras de religión, sino en la guerra contra la religión: ¿qué decir si no del nazismo o el comunismo? El alcance del mal no es que fuera casi inenarrable, es que había pretendido aniquilar toda libertad humana aniquilando previamente el alma. ¿No convenía entonces una profundización? Convenía, pero las lecturas históricas no iban más allá de categorías políticas, humanas.
El optimismo contemporáneo, desgraciadamente, estaba ciego para trascender lo histórico. Lo ocurrido a lo largo del siglo XX había sido reducido a la “locura humana”, como si todo perteneciera al hombre, y a un hombre ya pasado, porque el actual estaba escarmentado de tales errores. El padre Amorth alertaba contra ese optimismo: había una estrategia. Y Juan Pablo II constató la terrible victoria estratégica del maligno en el siglo XX.
“No me refiero ahora al mal cometido individualmente por los hombres movidos por objetivos o motivos personales. El del siglo XX no fue un mal en edición reducida, “artesanal”, por llamarlo así. Fue el mal en proporciones gigantescas, un mal que ha usado las estructuras estatales mismas para llevar a cabo su funesto cometido, un mal erigido en sistema.”
La estrategia descrita por el padre Amorth se evidenció en el siglo anterior de modo notorio, pero ¿había quedado circunscrita a aquellos años oscuros? ¿El éxito de tal estrategia no sería, acaso, replicable en el presente? El cardenal Ratzinger aprovechó su homilía previa al Cónclave que le eligió pontífice, para denunciar que esa estrategia seguía activa y que en estos tiempos actuales emergía un peligro nuevo: la dictadura del relativismo:
“Cuántos vientos de doctrina falsos hemos conocido en estos últimos años, cuántas corrientes ideológicas, cuántas maneras de pensar. La pequeña barca del pensamiento de muchos cristianos ha estado agitada permanentemente, de un extremo al otro del mundo, del marxismo al liberalismo, incluso al libertinaje, del colectivismo al individualismo radical, del ateísmo a un vago misticismo religioso, del agnosticismo al sincretismo. (…) Mientras el relativismo, es decir, el dejarse llevar por cualquier viento de doctrina, aparece como el único atisbo que parece imperar en los tiempos actuales. Se va constituyendo en la actualidad, una dictadura del relativismo que no conoce nada como definitivo y que deja como única medida sólo el propio yo y la propia voluntad.”
Pero este peligro actual ¿era una mera construcción del hombre? ¿No había algo más? Acaso todas las decisiones de los hombres, las “locuras humanas” causantes de tantas aberraciones y violencias, ¿no son decisiones del hombre? ¿Dónde queda esa estrategia, esa actuación perversa del padre de la mentira? Benedicto XVI no tendría reparo en señalarlo inequívocamente al hilo del comentario sobre Judas Iscariote.
“¿Por qué traicionó (Judas) a Jesús? La cuestión suscita varias hipótesis. Algunos recurren a la avidez por el dinero; otros ofrecen una explicación de carácter mesiánico: Judas habría quedado decepcionado al ver que Jesús no entraba en el programa de liberación político-militar de su propio país. En realidad, los textos evangélicos insisten en otro aspecto: Juan dice expresamente que "el diablo había puesto en el corazón a Judas Iscariote, hijo de Simón, el propósito de entregarle" (Juan 13,2); del mismo modo, Lucas escribe: "Satanás entró en Judas, llamado Iscariote, que era del número de los doce" (Lucas 22, 3). De este modo, se va más allá de las motivaciones históricas y se explica lo sucedido basándose en la responsabilidad personal de Judas, quien cedió miserablemente a una tentación del Maligno. (Audiencia de los miércoles, Benedicto XVI)
El padre del mal no era un artesano al uso, sino un estratega al que se le había dejado el terreno abierto.
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