Meditación
El deseo de la Iglesia expresado en la Oración litúrgica de este día consiste en que, en estos días cuaresmales, demos "lo mejor de nosotros". Este deseo arranca de la convicción de que todos tenemos unas potencialidades espirituales enormes, que nuestra llamada a la santidad es una realidad que podemos y debemos llevar a acabo. Pero, al mismo tiempo, reconoce la Oración, que no lo hacemos y que, por tanto, necesitamos un empujón divino. Y este empujón divino es por partida doble: que "el Señor nos convierta y que su luz nos ilumine".
Para lograr "nuestros mejores frutos", como dice la Oración, no bastan ni nuestra buena voluntad ni nuestros esfuerzos, pues son actos meramente humanos, y la santidad es una vida de gracia sobrenatural. Por eso le pedimos que Él nos convierta y nos ilumine. Y el Señor responderá a esta petición en la medida en que nuestra súplica caya acompañada de una gran docilidad de corazón.
El Señor nos convertirá si queremos y nos dejamos convertir, si no oponemos resistencia a la gracia y a sus inspiraciones, si nos dejamos iluminar por Cristo.
Pregúntate: si te dejas convertir por Dios, o sea, si eres dócil a lo que el Señor te inspira. Pregúntate qué oscuridad de tu alma vas a dejar que Cristo ilumine este día.
Súplica
Señor Jesucristo, que quieres y esperas mi conversión, ilumina mi corazón para que reconozca la necesidad de volver a ti y así, enraizado en ti, dé mis mejores frutos.
Bien sabes, Señor, que yo quiero volver a ti, acurrucarme en tus brazos misericordiosos y permanecer en ellos; bien conoces, Señor Jesús, mi deseo de ser todo tuyo; pero también ves cómo me resisto a tus inspiraciones.
Por eso, Señor, te suplico humildemente que, en estos días cuaresmales, controle mi voluntad y busque afanosamente la tuya; que, en este día, abra mi corazón a tu luz.
Ayúdame, Señor misericordioso, a vivir hoy iluminado por ti. Que no rechace ninguna de tus inspiraciones.
Amén.
Jaculatoria
Que tu luz, Señor, inunde mi alma.
No hay comentarios:
Publicar un comentario