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sábado, 10 de noviembre de 2012

INTRODUCCIÓN AL CRISTIANISMO

Hace poco leí una encuesta donde la la juventud española le preguntaban sobre cuestiones de Fe, etc, y el resultado era desastroso. El 70% directamente no cree en nada, o bien pasa de todo, o, en el peor de los casos es abiertamente hostil al cristianismo.

Un 50% no sabe quién es Jesucristo. ya lo dicen las escrituras, "vendré y muchos no me reconocerán". Lo estamos viendo ahora. De modo que hay que documentarse. Este libro que traigo, escrito por el papa, es un excelente trabajo que nos introduce en la Fe cristiana. Es un previo al catecismo. Una introducción necesaria en lo misterios y verdades de nuestra Fe. Espero que mucha gente tenga acceso al libro, y sirva para iluminar muchas oscuridades. Si esto sirve para librar a alguien de la perdición, habremos cumplido un objetivo de éste años de la Fe.

Josef Ratzinger Introducción al cristianismo

martes, 27 de marzo de 2012

LAS PUERTAS DEL INFIERNO III




El 26 de abril de 1.978 se reunieron en la casa del editor Buonaventur Meyer seis sacerdotes y el psiquiatra Francés M.G. Mouret, director clínico del hospital psiquiátrico de Limoux (Francia). El motivo del encuentro era una sesión de exorcismopara un difícil caso de posesión que ni se resolvía ni evidenciaba pronto final. Tras aquello el Dr. Mouret, con largos años de experiencia clínica, declaró por escrito: “el caso presente no se trata de una esquizofrenia, ni de histeria, sí del control de una persona por una fuerza exterior, que la Iglesia católica llama Posesión”. La “víctima” era una piadosa madre de familia, que arrastraba desde su juventud –los 14 años- tan desconcertante cruz. Así describiría sus sufrimientos: “El miedo y la angustia estrangulaban mi garganta. Los latidos de mi corazón resonaban hasta el cuello. Me sentía asaltada de un terror inmenso que me impedía hasta hablar. La angustia y el terror me penetraban a tal punto que una hora parecía casi una eternidad.”

Las sesiones de exorcismo se alargaban sin notarse verdadera mejoría, y por ellas pasaron diversos sacerdotes, profesores, doctores. Los testimonios que dejaron escritos eran desconcertantes para una modernidad descreída: “de acuerdo con mi experiencia en estos asuntos, estoy convencido que, en el presente caso, se trata ciertamente de posesión y que las revelaciones hechas por los demonios por orden y coacción evidente de un poder superior, no impide que los demonios resistan continuamente a esa imposición”. Y es que a lo largo de las sesiones de exorcismo, bajo el evidente mandato de autoridad del exorcista –y por mandato directo del Cielo-,los demonios empezaron a revelar datos sorprendentes sobre su estrategia. Si el calvario de la víctima parecía no tener fin al menos se empezaba a intuir un sentido: “las revelaciones hechas por los demonios.”

Que tales revelaciones eran muy llamativas lo declara uno de los teólogos correctores del libro en el que el editor Meyer publicaría más tarde tales revelaciones:

“Después de una lectura crítica de la presente obra, después de oír algunas de las grabaciones, después de una visita a la mujer en cuestión, solo me resta declarar lo siguiente. Estoy absolutamente convencido de la autenticidad Divina de las revelaciones aquí publicadas. Yo y mi teología moderna, tenemos que rendirnos ante una humildad tan grande, como la que resaltan los textos”.

Evidentemente no quedaba ahí su sentido de fondo. Había una desconcertante elección expiatoria que así definiría la poseída: “Independientemente de esto, tenía la conciencia de que Dios quería que aceptase esos sufrimientos por la salvación de las almas. Me esforcé por aceptar todo.”

Si las revelaciones fueron muchas, éstas no se habían obtenido de manera fácil y sencilla. Lo explicaría el editor, testigo presencial de los exorcismos,:

Los demonios son forzados por el Cielo a hablar, contra su voluntad, sobre la Iglesia y sobre su situación actual, de tal modo que sus declaraciones contrarían a su reino y favorecen al Reino de Cristo. En su odio, los espíritus infernales evitan, en la mayor parte de las veces pronunciar el Nombre de María, La Bienaventurada, la Virgen y la Madre de Dios. Se refieren a la Virgen Santísima como: “Ella, la de arriba”. También no dicen: “María así lo quiere”, mas, “Ella lo quiere, “Ella nos fuerza”, “Ella nos manda a decir”. Del mismo modo rodean de diversas maneras, el nombre de Jesús y de la Santísima Trinidad. Muchas veces acompañan sus palabras con un gesto del dedo de la poseída, apuntando para arriba o para abajo. Cuando los demonios exigen oraciones, por ejemplo, cuando dicen que es necesario recitar una oración, las oraciones antes de hablar, es claro que este pedido no resulta de un deseo del infierno, mas del Cielo, que lo pide por medio de los demonios. Durante las revelaciones hechas por su boca, la poseída fue violentamente atormentada con dificultades al respirar, convulsiones, perturbaciones cardíacas y crisis de sofocación. De ahí el carácter muchas veces irregulares de las frases. Como estos exorcismos contrarían al infierno, los demonios se niegan muchas veces en continuar hablando. Además de eso, tienen objeciones diversas, rezongan, gritan, cambian. El cincuenta por ciento de estas partes fueron omitidas por cuestiones de brevedad y simplificación, mas, en su conjunto, la lucha fue mucho mas dura y prolongada de lo que el lector podrá imaginar.

Las revelaciones, junto con la somera descripción narrativa, impregnaban las páginas de evidencias de lo sobrenatural. Lo material se deshacía ante los ojos y uno podía percibir, masticar, la real existencia de un mundo sobrenatural escondido a los sentidos, pero que en aquellas sesiones de exorcismo se volvía cruelmente real. Y todo ello plagado de revelaciones provocativas para espíritus apocados:

“Solo la intervención del propio Dios, de aquel de allá arriba (apunta para arriba), puede todavía salvar a la Iglesia. La tenemos totalmente presa en nuestras redes. Corre el peligro de perecerLa situación es crítica. Está acorralada por los modernismos, por las ideas de los profesores, de los doctores, de los Padres que se creen más inteligentes que los otros. Solo la oración y la penitencia la pueden todavía juntar, mas son bien pocos los que la practican (respira profundamente y con dificultad).”

Entre sufrimientos y frases entrecortadas en un tono plagado de odio y frialdad, se iba revelando el alcance de la batalla espiritual que enfrentaba al infierno contra la Iglesia y sus fieles. Pero desgraciadamente se percibía frase a frase, que del alcance de esa batalla sólo era consciente el infiernoLa Iglesia despreciaba sus tesoros, despreciaba sus armas:

“¡El Santísimo Sacramento del Altar! Si supieran la bendición que guardan, las bendiciones que él hacía antiguamente, cuando era expuesto el Sagrario y el pueblo, delante de él, ¡se hacia oración reparadora! Y de gran eficacia contra los pecados. Todas esas cosas dejaron de existir y es por eso que también menos almas se salvan. No quiero continuar hablando, ¡no quiero hablar más!”

¿Era exagerado? Al menos era notorio el giro que había dado el mundo. Benedicto XVI lo calificaría como un “un mundo desacralizado y una época marcada por una preocupante cultura del vacío y del sinsentido”, cuya cura o remedio no estaba en el mismo mundo: “Un mundo que tiene que crear su justicia por sí mismo es un mundo sin esperanza. Nadie ni nada responde del sufrimiento de los siglos. Nadie ni nada garantiza que el cinismo del poder –bajo cualquier seductor revestimiento ideológico que se presente– no siga mangoneando en el mundo.” (Spe Salvi, Benedicto XVI). La respuesta la tenía la Iglesia en sus riquezas espirituales:

 “Para construir una Europa ‘nueva’ hay que comenzar con las nuevas generaciones, ofreciéndoles la posibilidad de enlazar íntimamente las riquezas espirituales de la liturgia, de la meditación y de la lectio divina. En realidad, esta acción pastoral y formativa es hoy aún más necesaria por el bien de toda la familia humana.” (Benedicto XVI, mensaje a los Benedictinos)

Y eran estas riquezas las que no estaba cuidando la Iglesia por su propia culpa. Así lo reconocería el entonces cardenal Ratzinger en muchas ocasiones, una de ellas en el año 2000, en el jubileo de profesores de religión y catequistas:

“La liturgia (los sacramentos) no es un tema adjunto al de la predicación del Dios vivo, sino la concretización de nuestra relación con Dios. En este contexto desearía hacer una observación general sobre la cuestión litúrgica. Con frecuencia nuestro modo de celebrar la liturgia es demasiado racionalista. La liturgia se convierte en enseñanza, cuyo criterio es que la entiendan. Eso a menudo tiene como consecuencia la banalización del misterio, el predominio de nuestras palabras, la repetición de una serie de palabras que parecen más inteligibles y más gratas a la gente. Pero esto es un error no sólo teológico, sino también psicológico y pastoral. La ola de esoterismo, la difusión de técnicas asiáticas de distensión y de auto-vaciamiento muestran que en nuestras liturgias falta algo.

Precisamente en el mundo actual necesitamos el silencio, el misterio supraindividual, la belleza. La liturgia no es una invención del sacerdote celebrante o de un grupo de especialistas. La liturgia –el rito– se ha desarrollado en un proceso orgánico a lo largo de los siglos; encierra el fruto de la experiencia de fe de todas las generaciones. Aunque los participantes tal vez no comprendan todas sus fórmulas, perciben su significado profundo, la presencia del misterio, que trasciendo todas las palabras.”

¿Extrañaban entonces las revelaciones del infierno en esta misma línea? Mas bien constataban y evidenciaban un misterio: que en la dignidad de la Santa Misa la Iglesia tenía su fuerza, y contra esa fuerza había que volcar todo el odio y la perversión.

“Son incalculables las Gracias que se consiguen en el Santo Sacrificio de la Cruz, por cuya oferta, la Sangre de Cristo corre de nuevo. Nosotros, allá abajo (apunta para abajo) odiamos este sacrificio de la Misa, que es celebrado todos los días en muchas Iglesias. En muchas casas de Dios, no siempre es convenientemente celebrada. Antiguamente, era horrible para nosotros, cuando se celebraba el tradicional Sacrificio de la Misa. Efectivamente, era renovado el Sacrificio de Cristo en la Cruz que apaga los pecados y que consigue gracias extraordinarias para la salvación de las almas, que sin eso, se perderían por millares e irían a parar al infierno. Debo todavía agregar esto (suelta gemidos); no digo mas nada, no quiero decir nada más.”

Toda la reacción de la Iglesia pasaba por la santa Misa, de modo que desactivar la sacralidad de la Misa, de la Eucaristía, era el mejor y más rápido medio de desactivar la reacción de la Iglesia. ¿Extraña entonces el encono contra el Papa Benedicto XVI al publicar el Motu ProprioSummorum Pontificum”, o extraña acaso la falta de diligencia con que las conferencias episcopales cumplen los mandatos del Papa de traducir el pro multis de la consagraciónEs parte de la misma batalla que algunos en la Iglesia han decidido vivir desde el lado del enemigo.

LAS PUERTAS DEL INFIERNO II




Cuando la revista 30 giorni llevó a las imprentas su edición de junio de 2001, sabía que en breve estallaría una mina de polémica y notoriedad. Dos años antes la Santa Sede había publicado el nuevo Ritual de Exorcismos, y el más prestigioso y conocido exorcista de la Iglesia Romana llevaba meses denunciando tal “manual”. Era una sencilla entrevista. Las preguntas directas y concretas. Las respuestas, evidentemente, explosivas.

El entrevistado, don Gabriel Amorth, llevaba muchos años a cuestas lidiando con exorcismos. Por sus manos pasaban los casos más difíciles, muchos de ellos venían previamente de otros exorcistas (o de sacerdotes de a pie, -que los obispos eran reticentes a autorizar exorcismos en tantos casos-) y sus libros y entrevistas en la televisión eran betseller y éxitos de audiencia. Todo un filón para los medios era el padre Amorth. 30 giorni sabía lo que hacía y no perdía la oportunidad: preguntas claras para respuestas concretas. “Hay que ir a la polémica”. Y lo consiguieron.

Famosa fue la entrevista por la claridad con que denunciaba el padre Amorth. Denuncias que se elevaban desde los oscuros rincones de la demonología para sobrepasar los muros vaticanos y señalar directamente confabulaciones y orquestaciones curiales para lograr del nuevo Rito de Exorcismos algo inocuo e inofensivo. Para ilustrarlo narraría una de las anécdotas más sorprendentes:

Celebramos un convenio internacional de exorcistas, cerca de Roma, y pedimos que el Papa nos recibiera. Para no presionarlo, y evitar añadir otra audiencia a las muchas que ya tiene, simplemente, pedimos que se nos recibiera en audiencia pública, la del miércoles en la Plaza de San Pedro. Ni siquiera pedimos que nos nombrara en sus saludos personales. Hicimos la petición, en la manera en que lo ordenan los cánones, como recordará, perfectamente, Monseñor Paolo De Nicolo, de la Prefectura de la Casa Pontificia, quien recibió de buena gana nuestra petición. Sin embargo, el día antes de la audiencia, el propio Monseñor Nicolo nos dijo - con pena, esa es la verdad, por lo que estaba claro que la decisión no la había tomado él - que no asistiéramos a la audiencia, y que no habíamos sido admitidos. ¡Increíble: 150 exorcistas procedentes de los cinco continentes, sacerdotes nombrados por sus obispos de conformidad con las normas del derecho canónico, que exigen sacerdotes de oración, de ciencia y de buena reputación - es decir, de alguna forma, la flor y nata del clero-, sacerdotes que piden participar en una audiencia pública del Papa y se les echa a patadas!. Monseñor Nicolo me dijo: "Le prometo que, inmediatamente, le enviaré una carta explicando la situación". Han pasado cinco años y, todavía, estoy esperando esa carta. Desde luego, no fue Juan Pablo II quien nos excluyó. Pero el hecho de que a 150 sacerdotes se les prohíba participar en una audiencia pública del Papa en la Plaza de San Pedro, explica la clase de obstáculos a los que se enfrentan los exorcistas, aún dentro de su propia Iglesia, y hasta que punto, son mal vistos por un gran número de autoridades eclesiásticas.”

Sin embargo esto no era nada más que lo anecdótico, La denuncia más grave –desde su perspectiva profesional- estaba circunscrita al Nuevo Ritual: “los exorcistas, que tenemos que utilizarla, aprovechamos para señalar, una vez más, que no estamos de acuerdo con muchos puntos del nuevo Ritual. El texto latino sigue siendo el mismo en esta traducción. Un Ritual tan esperado, al final, se ha transformado en una farsa. Un increíble obstáculo que podría impedirnos actuar contra el demonio.”  Cierto que no todos los exorcistas opinaban igual, pero que la opinión del más reputado y prestigioso exorcista de la Iglesia fuera ésta era para no tomarlo a guasa.

Sin embargo la miga no estaba ahí –o no sólo estaba ahí-. El dedo acusador del padre Amorth era más largo de lo esperado: declaraba la estrategia de Satanás metiendo el dedo en llagas dolorosas.

Y es que si bien en estos tiempos de descreencia en el Maligno, la catequesis habitual más ortodoxa no había rechazado tal verdad de fe, si que había reducido el viejo aforismo de san Pedro “el demonio cual león rugiente esperando a quien devorar” a una caricatura de si mismo. Rugirá mucho, diría la catequesis al uso, pero como “perro encadenado” ya ha sido vencido por Cristo. De tal modo, que cual bálsamo de fierabrás, lo escatológico se había comido, como en un suspiro, la notoria realidad histórica y diaria.

El padre Amorth evidentemente asumía la sabiduría agustiniana del “perro encadenado”, cierto que actualizada a estos tiempos descreídos, pero partiendo de esa verdad y declarándola daba un paso más allá. Asumía el modus operandi al uso, tradicional diríamos, de Satanás: “Su estrategia es siempre la misma. Ya se lo he dicho, y él lo reconoce. Hace creer que el infierno no existe, que el pecado no existe, y que él es solamente una experiencia más que hay que vivir. Concupiscencia, éxito y poder, son las tres grandes pasiones en las que Satanás se fía.” Pero Gabriele Amorth iba un paso más allá. Y en un juego de claridad entrevistado y entrevistador dejaron correr ríos de polémica:

-  Padre Amorth, el satanismo se difunde cada vez más. En realidad, el nuevo Ritual hace difícil la práctica de los exorcismos. A los exorcistas se les impide que participen en una audiencia con el Papa en la Plaza de San Pedro. Dígame, sinceramente: ¿qué es lo que está pasando?

-  El humo de Satanás ha entrado a todas partes. ¡A todas partes! Quizá fuimos excluidos de la audiencia del Papa, porque tenían miedo de que tantos exorcistas consiguieran expulsar a las legiones de demonios que se han instalado en el Vaticano.

-  Está bromeando, ¿verdad?

-  Le podrá parecer una broma, pero yo creo que es verdad. No tengo ninguna duda de que el demonio tienta, sobre todo, a las autoridades de la Iglesia, así como a cualquier otra autoridad, en la política y la industria.
-  ¿Está diciendo, entonces, que en ésta, como en todas las guerras, Satanás quiere conquistar los altos mandos, para tomar prisioneros a los generales del adversario?

-  Es una estrategia victoriosa. Siempre se intenta ponerla en práctica. Sobre todo cuando las defensas del adversario son débiles. Satanás también lo intenta.

Había una estrategia maléfica que pasaba por controlar autoridades de mundo y de Iglesia. Había un proyecto. ¿Pero todo esto no era acaso retórica barata, charla de mercadillo? Al menos no quedaba en duda la gravedad de la denuncia elevada por el padre Amorth. Y es que no se señalaba sólo un modo de tentar, se indicaba un modo de operar, una estrategiaPero si su denuncia no bastaba, la realidad del siglo XX era elocuente por si misma. Demasiada sangre, demasiado terror en un solo siglo. ¿No había sido llamado acaso el siglo de las violencias? Tanto que la metáfora “del perro y la cadena” parecía despreciar burdamente los terribles sufrimientos infligidos a una doliente humanidad durante tantos decenios. Sufrimientos que, para escarnio de la modernidad ilustrada, no había tenido causa alguna en las guerras de religión, sino en la guerra contra la religión: ¿qué decir si no del nazismo o el comunismo? El alcance del mal no es que fuera casi inenarrable, es que había pretendido aniquilar toda libertad humana aniquilando previamente el alma. ¿No convenía entonces una profundización? Convenía, pero las lecturas históricas no iban más allá de categorías políticas, humanas.

El optimismo contemporáneo, desgraciadamente, estaba ciego para trascender lo histórico. Lo ocurrido a lo largo del siglo XX había sido reducido a la “locura humana”, como si todo perteneciera al hombre, y a un hombre ya pasado, porque el actual estaba escarmentado de tales errores. El padre Amorth alertaba contra ese optimismo: había una estrategia. Y Juan Pablo II constató la terrible victoria estratégica del maligno en el siglo XX.

“No me refiero ahora al mal cometido individualmente por los hombres movidos por objetivos o motivos personales. El del siglo XX no fue un mal en edición reducida, “artesanal”, por llamarlo así. Fue el mal en proporciones gigantescas, un mal que ha usado las estructuras estatales mismas para llevar a cabo su funesto cometido, un mal erigido en sistema.”

La estrategia descrita por el padre Amorth se evidenció en el siglo anterior de modo notorio, pero ¿había quedado circunscrita a aquellos años oscuros? ¿El éxito de tal estrategia no sería, acaso, replicable en el presente? El cardenal Ratzinger aprovechó su homilía previa al Cónclave que le eligió pontífice, para denunciar que esa estrategia seguía activa y que en estos tiempos actuales emergía un peligro nuevo: la dictadura del relativismo:

Cuántos vientos de doctrina falsos hemos conocido en estos últimos años, cuántas corrientes ideológicas, cuántas maneras de pensar. La pequeña barca del pensamiento de muchos cristianos ha estado agitada permanentemente, de un extremo al otro del mundo, del marxismo al liberalismo, incluso al libertinaje, del colectivismo al individualismo radical, del ateísmo a un vago misticismo religioso, del agnosticismo al sincretismo. (…) Mientras el relativismo, es decir, el dejarse llevar por cualquier viento de doctrina, aparece como el único atisbo que parece imperar en los tiempos actuales. Se va constituyendo en la actualidad, una dictadura del relativismo que no conoce nada como definitivo y que deja como única medida sólo el propio yo y la propia voluntad.

Pero este peligro actual ¿era una mera construcción del hombre? ¿No había algo más? Acaso todas las decisiones de los hombres, las “locuras humanas” causantes de tantas aberraciones y violencias, ¿no son decisiones del hombre? ¿Dónde queda esa estrategia, esa actuación perversa del padre de la mentira? Benedicto XVI no tendría reparo en señalarlo inequívocamente al hilo del comentario sobre Judas Iscariote.
“¿Por qué traicionó (Judas) a Jesús? La cuestión suscita varias hipótesis. Algunos recurren a la avidez por el dinero; otros ofrecen una explicación de carácter mesiánico: Judas habría quedado decepcionado al ver que Jesús no entraba en el programa de liberación político-militar de su propio país. En realidad, los textos evangélicos insisten en otro aspecto: Juan dice expresamente que "el diablo había puesto en el corazón a Judas Iscariote, hijo de Simón, el propósito de entregarle" (Juan 13,2); del mismo modo, Lucas escribe: "Satanás entró en Judas, llamado Iscariote, que era del número de los doce" (Lucas 22, 3). De este modo, se va más allá de las motivaciones históricas y se explica lo sucedido basándose en la responsabilidad personal de Judas, quien cedió miserablemente a una tentación del Maligno. (Audiencia de los miércoles, Benedicto XVI)

El padre del mal no era un artesano al uso, sino un estratega al que se le había dejado el terreno abierto.

LAS PUERTAS DEL INFIERNO I



La pederastia en la Iglesia cayó como un jarro de agua fría. Años de relativa paz en las iglesias se vieron conmovidos desde los cimientos ante la magnitud del escándalo. Entonces se vio como esta Iglesia nuestra corría como un pollo sin cabeza. “Esta Iglesia” salvo Benedicto XVI y unos pocos. No se sabía que hacer ni cómo. No era más que un síntoma, aún grave, de una Iglesia que llevaba años, décadas, dando palos de ciego.

Y es que el tsunami de la pederastia anegó a un funcionariado clerical que se encontró de golpe con que la marca “sacerdote” empezaba a estar mal vista. Los años de cómoda sequía parecía que llegaban a su fin. Irlanda fue un caso paradigmático, la fe del pueblo no quedó conmovida pero sí la confianza en la Iglesia. Algo grave se había quebrado. En el reciente viaje de Benedicto XVI a Inglaterra utilizaron esa “desconfianza” en la institución -que ya había fraguado en la gente de pie- para acosar con violencia y descaro a su persona. No parecía difícil cuando el común de la gente miraba con rencor una institución que había permitido tal escándalo. Que el Papa salió fortalecido de ese viaje es un hecho, y las terribles campañas de acoso y desprestigio, en las que sin falsear los datos se ponía el acento y el punto de mira sólo en los escándalos sacerdotales, parecieron entrar en barrena.

Atrás habían quedado maquinaciones orquestadas desde medios de comunicación –la siempre BBC detrás de todo- dónde lo más llamativo era que parte de esas campañas de acoso venían desde dentro de la misma Iglesia. No tuvieron pudor en hacerlo público Tornieri y Rodari con su último libro Atacco al Papa, pero ya antes Massimo Introvigne lo había declarado reiteradas veces, que el enemigo lo tenía la Iglesia dentro y no fuera. El mismo Papa lo reconocería para escándalo de tantos.

"El Señor ha dicho que la Iglesia sufrirá hasta el fin del mundo. Y esto lo vemos hoy de manera particular. Hoy las mayores persecuciones contra la Iglesia no vienen de fuera, sino de los pecados que están dentro de la propia Iglesia." (Encuentro con periodistas en el avión papal, camino de Lisboa, mayo 2010)

La mansedumbre del Papa (no encuentro otro calificativo) había desmontado una campaña y había licuado los rencores ocultos de la gente. Sólo faltaba volver a dar confianza a la gente. Pero como decía el secretario del Papa, haciéndose portavoz de una sensación de la Curia romana, el papaJuan Pablo II había abierto los corazones de la gente y Benedicto los estaba llenando.

¿Qué estaba pasando? La modernidad actual lo manifiesta sin ambages, que el grave problema del mundo y de la Iglesia es la ausencia de Dios. Ausencia de Dios que necesitaba ser llenada de materialismo, de secularización, de pérdida de sentido trascendente de la vida, deperversión de lo santo. Por ello gritó Pablo VI aquello del humo de Satanás ha entrado en la Iglesia. Lo decía el entonces cardenal Ratzinger con gran claridad:

“Después de este camino largo y difícil, hoy nos dice: el verdadero problema de nuestro tiempo es "la crisis de Dios", la ausencia de Dios, disfrazada de religiosidad vacía. La teología debe volver a ser realmente teo-logía, hablar de Dios y con Dios.

Metz tiene razón. Lo "único necesario" (unum necessarium) para el hombre es Dios. Todo cambia dependiendo de si Dios existe o no existe. Por desgracia, también nosotros, los cristianos, vivimos a menudo como si Dios no existiera (si Deus non daretur). Vivimos según el eslogan: Dios no existe y, si existe, no influye.

Esta había sido la gran mentira de Satanás, no ya que él no exista, sino que el Altísimo tampoco. Y la Iglesia había entrado en ese juego. Había dejado de hablar del enemigo, de las realidades eternas, del estrecho camino que lleva a tal premio, y una vez que el enemigo se silencia, ¿para qué vivir en estado de guerra sin enemigo a la vista? Lo lógico fue lo que pasó: el hedonismo arrasó la Iglesia. Y en ello la pederastia no era más que lógica consecuencia de una humanidad enferma de ausencia de Dios. Sin Dios todos los horrores eran posibles. Y sin Dios el enemigo tenía las puertas abiertas, porque él si que estaba en batalla. Él no duerme.
Al admitir categorías mundanas, poco a poco la Iglesia se mundanizó y, entre otras consecuencias, empezó a tener miedo de hacer público las intervenciones directas de Dios: lo sobrenatural quedó despreciado. Pero es que estas intervenciones no eran pocas, y  sus alertas no iban a la zaga. Una de las más claras vino de la mano de Monseñor Michelini, don Ottavio Michelini. Sus locuciones fueron publicadas con el nihil obstat correspondiente, pero desconocidas y silenciadas, la Iglesia despreciaba alertas nítidas y elocuentes.

Ayer te dije que era mi intención ampliar el diálogo sobre mi Iglesia y sobre hechos y cosas que tocan su vida; hoy te digo que uno de estos hechos que interesa mayormente a mi Iglesia, es la cruda realidad de sus más encarnizados enemigos.

Es una realidad evidente, claramente revelada, rica de tantísimas señales, confirmada por tantos y dolorosos testimonios y causa primera de todos los sufrimientos humanos, creída y terriblemente vivida por todos los Santos de todos los tiempos y por todos los elegidos, porque no se puede ser Santo, no se llega a ser elegido, si no es cribado y atribulado en el crisol de las potencias oscuras del Infierno. Ahora bien, hoy esta realidad no sólo es puesta en discusión, sino que es hasta negada por Pastores, Obispos y Sacerdotes, que con venenoso celo extienden la incredulidad.

Hijo mío, Yo, Verbo eterno de Dios, me propongo volver a afirmar solemnemente la existencia del "tenebroso reino de Satanás" y manifestarte, aunque brevemente, algunas cosas de la naturaleza de esta turbia realidad.

Pretendo además confirmarte una vez más que la finalidad del misterio de Mi Encarnación es sólo el de arrancar las almas al Infierno "eterno", creado para quien no ha querido y no quiere someterse a Dios, Uno y Trino, Alfa y Omega de todo y de todos.

He hablado de Infierno eterno, hijo, y así es, aunque la presunción humana en su ilimitada necedad tenga la absurda y ridícula pretensión de rehacer o corregir los eternos decretos de Dios. Las provocaciones de los hijos de las tinieblas en efecto han sido y son tales que la Omnipotencia del Padre habría ya severamente castigado a esta ingrata humanidad si hubiera faltado la intercesión de Mi Santísima Madre y las oraciones y penitencias de los justos.

He aquí una vez más confirmado lo que te he dicho en precedentes mensajes, publicados en el quinto libro y esto es, que toda la acción pastoral de mi Vicario en la tierra, de los Obispos y de los Sacerdotes trae origen de esta inmutable finalidad: arrancar las almas de las potencias oscuras del Infierno para conducirlas de nuevo a la Casa del Padre Celestial.

Hoy, hijo, la casi totalidad de los cristianos ignora a su más grande enemigo: Satanás y sus diabólicas legiones. Ignoran al que quiere su ruina eterna: ignoran la inmensidad del mal que Satanás les hace; en cuya comparación, las más grandes y graves desventuras humanas son una nada. Ignoran que se trata de la única cosa importante en la vida: la salvación de la propia alma.
Ante a esta trágica situación está la indiferencia, a veces la incredulidad de muchos sacerdotes míos. Está la inconsciencia de muchos otros que no se cuidan de su principal deber que es el de instruir a los fieles, de poner los al corriente del peligro de esta tremenda lucha que se combate desde los albores de la humanidad. No se preocupan de educar  a los fieles en el uso eficaz de los medios de defensa, numerosos y a disposición en Mi Iglesia. Tienen vergüenza hasta de solo hablar de ello, temen ser considerados como retrógradas; como ves se trata de verdadero y propio respeto humano.

Pero tú sabes, hijo mío,  que si en el ejército un oficial deserta de su puesto de responsabilidad es marcado con el título de traidor y la justicia humana lo persigue. ¿Qué decir entonces de lo que está ocurriendo en Mi Iglesia? ¿No es quizá la más trágica y terrible traición tendida a las almas, el dejarlas a expensas del Enemigo que quiere su perdición? 
 
Mi Vicario en la tierra, Pablo VI, no hace mucho tiempo ha dicho que en la Iglesia se están verificando hechos y acontecimientos que no se pueden humanamente explicar, sino con la intervención del Demonio.

Hijo, te he hablado de sombras que apagan el esplendor de Mi Iglesia: todo esto es más que una sombra.

Si hoy el Enemigo está más arrogante que nunca y domina sobre las personas, sobre las familias, sobre los pueblos, y sobre los gobiernos, en todas partes, ¡es natural!  Tiene el campo libre y casi sin oposición.
 
Cierto que para combatir a Satanás se necesita querer ser santos; para vencerlo eficazmente se necesitan penitencias, mortificaciones, oraciones. Pero ¿no es todo esto mi precepto para todos y en particular para mis consagrados? ¿Porqué no se hacen los exorcismos privadamente? Para esto no se necesitan particulares autorizaciones.

¡No, muchos sacerdotes míos no conocen su propia identidad! No saben quiénes son, no saben con qué potencia tan formidable han sido dotados. De esta ignorancia son culpables y responsables. Son exactamente igual que los oficiales de un ejército que desertan de sus puestos de responsabilidad,  haciéndose culpables del caos que de ahí se sigue.  (Locuciones de noviembre de 1978 y octubre de 1975)

Podrían parecer duras estas palabras, o más aún, desconectadas de la realidad actual. Y es que esta era la clave: la realidad material quedó desconectada de la realidad sobrenatural, pero más real ésta cuanto es eterna. Se había perdido la verdadera dimensión del problema. Pero la realidad estaba ahí, y sus frutos también.

La soberbia que nos induce a querer emanciparnos de Dios, a ser sólo nosotros mismos, sin necesidad del amor eterno y aspirando a ser los únicos artífices de nuestra vida. En esta rebelión contra la verdad, en este intento de hacernos dioses, nuestros propios creadores y jueces, nos hundimos y terminamos por autodestruirnos.” (Cardenal Ratzinger, Via Crucis, viernes santo 2005)



viernes, 23 de marzo de 2012

PROFECÍA SOBRE LA MUERTE DE BENEDICTO XVI

Otro más de César uribarri. Este es muy interesante, porque habla de la posible enigmática muerte de Benedicto XVI.


Aquel manuscrito fue entregado como cosa admirable al papa Pío VI. Bien advertía el Pontífice lo difícil de los tiempos que le tocaron vivir. La caída de la monarquía francesa y el asesinato de Luis XVI no fueron más que el inicio de los dolores que hubo de soportar y padecer hasta su conclusión en ese vergonzoso secuestro por parte de las tropas francesas, en las que anciano y paralítico, sería arrastrado en calidad de “prisionero de Estado”, hasta acabar sus días en Valence. La rapidez con que la revolución francesa había puesto fin al orden preestablecido constató que los cantos de dolor de tantas profecías de místicos y santos adquirían un realismo insospechado. Por ello el año de 1793, guillotinado el rey de Francia, será retirado del convento romano de san Francisco a Ripa, por orden del Pontífice Pío VI, un códice que contenía los vaticinios del venerable padre Fray Bartolommeo Cambi, más conocido como Fray Bartolomeo de Saluzzo y que moriría en esos mismos muros en torno al año 1617. El códice le será entregado a Su santidad Pío VI, que tras leerlo detenidamente, mandará colocarlo reverentemente en una urna de plata. El círculo que debió conocer el contenido quizá no fuera grande, pero en 1820 un ejemplar de la profecía le sería entregada por un cardenal a un piadoso prohombre. El tiempo y las amistades harían el resto hasta su inclusión en una edición ya olvidada del año 1860.


El vaticinio es una larga poesía, directa, ágil y clara en sus contenidos que muestra dos predicciones. La primera la entendió Pío VI claramente. La segunda es de creer que la dejara para tiempos mejores. Pero aquel primer vaticinio del venerable Bartolomeo de Saluzzo lo vivió en sus propias carnes. Que ya antes de que la nueva Francia trastocara todo el orden europeo pudo leer aquellos duros y claros versos de fray Bartolomeo: “vendrá la dura Francia y de tales males llorarán pastores y prelados”, o aquel otro que los años posteriores le harían recordar con dolor “¿Que es el Gallo ya venido? ¿Y, tú, Anciano Jefe, que harás? Que vendrá el Gallo cantando fuerte ¡y a cuantos de los tuyos dará muerte!”. Pero el segundo vaticinio era evidente que hablaba de otros tiempos, de tiempos inciertos futuros. Sus temores habían quedado confirmados con la primera predicción de fray Bartolomeo. La revolución francesa era la semilla dolorosa, pero más dolorosos serían los frutos. La segunda predicción quedaba ahogada en la indeterminación del mañana. “Después de un curso de tiempo otro será el que venga: preparado de cepos y cadenas”. Pero las cadenas que habrían de preocupar al Pontífice serían las de Francia. 


La segunda predicción cierto que no tiene más trascendencia que la de un vaticinio, pero sobre ellos, sobre los vaticinios, han descansado y elucubrado los hombres. De ellos las generaciones pasadas siempre han gustado, y a ellos se han acogido. Y cuando no lo han hecho, algunas veces ha sido a costa de su vida. Al grande de Julio César algunos achacaron su desprecio a los vaticinios como causa de su muerte. O más bien a su orgullo, que consciente de los malos augurios, no torció su voluntad a los que le pedían cautela y no acudir al Senado aquel día. Y que los vaticinios no eran cosa menor lo plasmó Miguel Angel en el magnífico techo de la Capilla Sixtina cuando, junto con los profetas, hizo que la sibila tiburtina contemplara por los siglos los misterios de Cristo.


Y es que se muestra la historia preñada de ellos, y más en los tiempos difíciles dondese descubre con asombro como el misterioso halo que los emana se vuelve generoso no, exuberante. Así pasó con la revolución francesa, donde decenas de profecías, augurios o vaticinios anticiparon su cruenta venida. Quizá porque de tan aciaga semilla revolucionaria se expandió por el mundo intelectual y político la construcción de un mundo que no sólo no necesitaba a Dios para nada sino que acabaría persiguiéndole. Y así lo constató Pío VI en carne propia, evidenciando que a Dios gusta atacársele atacando a su Iglesia, primero preparando la construcción intelectual que justifique y desprecie, segundo preparando el golpe en el momento oportuno.


Pero lo que el siglo XVIII no dejó intuir quedará marcado a fuego el año 2005. Quizá el segundo canto del venerable Bartolomeo de Saluzzo desconcertó a Pío VI, pero más a nosotros. La presión revolucionaria francesa sería suficiente para no buscar más allá de cuanto ocurría. Y quizá la segunda predicción no tendría a los ojos de la Iglesia del siglo XVIII más que un valor confirmatorio. Pero lo que a finales del siglo XVIII era un enigma sobre tiempos futuros, a la luz de nuestros días el venerable Bartolomeo de Saluzzo parece haber grabado a fuego el pontificado actual. 


Estamos en su canto segundo (predicción segunda, dice el manuscrito) y de modo sorpresivo el que se ha mostrado elocuente y claro, desconcertantemente se torna misterioso. Es un simple nombre que se vela, unos puntos suspensivos enigmáticos. Pero llaman profundamente la atención. 



“Tu que de Pedro portas
la gran mitra y la gran llave,
sin espada ni armas
morirá el papa B...
(Y entonces ) lo verás claro y distinto,
que mentira yo no he dicho.”


Bartolomeo, que se ha mostrado siempre expreso, claro y nítido, vela un nombre. Y tal silenciamiento es fundamental por cuanto todo el canto segundo, toda la profecía segunda, se quiere enmarcar en torno a esa enigmática muerte tras la cual se hará evidente cuanto se ha profetizado. Como esas corrientes del mal remansadas que habrán de ver roto el dique que hasta ahora las ha detenido. Pero tan llamativo como ese nombre velado son las pinceladas que describen el entorno en que se producirán las cosas: los pecados de los hijos de la Iglesia (“ah, monjes, sacerdotes y frailes, si no cambiáis de vida, también vosotros seréis hechos trizas”); la riqueza precedente y abruptamente finalizada (“mas decidme, ciudades ricas y ornamenteadas, que habéis devenido en pocilgas... Que ni les han de valer las torres ni sus fuertes muros”). O cuando predice la división de España, o la violencia que anegará Europa -e Italia en concreto-. O la vuelta de un islam violento ("vendrá el Turco Moro gimiendo como un toro, haciendo estragos con brasas de hierro y goma...”). 


Cierto, no dejan de ser descripciones aplicables a muchas épocas, a muchos tiempos, pero ese enigmático “papa B” enmarcará todo en una dimensión históricamente concretable.


Y es que es ésta una época extraña, porque muchas de las cosas vaticinadas desde tiempos remotos parecen congelarse en nuestros días. Como si los detalles que ayudaran a ubicar las épocas descritas no avanzaran más allá de la nuestra. No, no se nos han dado detalles visuales que eleven nuestra imaginación sobre cómo habrá de ser el soñado mañana del hombre, pero continuamente se han vaticinado detalles referidos a nuestros días como aquella mítica frase de san Vicente Ferrer de que las cosas ocurriráncuando los hombres vistan como mujeres y las mujeres como hombres. Es una sobreabundancia, como constelación de hitos que parecen remansarse en esta contemporaneidad. Pero congelación condensada que invita a pensar que quizá el mal es de fondo, permanente, como una corriente que naciendo en tiempos anteriores ha llegado a nosotros, quedando contenida a la espera de su desenlace.


¿Qué puede ser ese enigmático papa B? ¿Quién puede ser? Y si en todo se mostró fray Bartolomé expreso aquí quiso jugar con el misterio. Misterio y juego, cierto, por cuanto tratándose de estrofas uno acaba buscando la rima posible. Y juego por cuanto Bartolomeo usó una métrica y una rima irregular que permiten muchas terminaciones, pero por ello resulta bien posible asignar a esa enigmática “B” una terminación previsible a la luz de lo dicho: la terminación en “eo” (el original está en italiano). Y por eso quedó marcado el año 2005 cuando al Papa reinante le dio por llamarse, en italiano, Benedetto.


Pero no es más que un vaticinio. Uno más entre tantos otros. Y así lo dejo, como curiosidad para estos tiempos oscuros porque, junto con males y dolores, el venerable Bartolomeo nos dejó esperanzadores cantos a una renovación de la Iglesia:



“la Iglesia en oriente,
¡oh, afortunada gente
que la veréis plantada y renovada.
Vedla tan bella como al principio,
tú, luciente estrella,
que darás inicio
a tan bello edificio.
¡Oh, que recompensa!
¡Oh, feliz suerte!”.

jueves, 22 de marzo de 2012

EL ÚLTIMO EXORCISTA

Últimamente, no tengo mucho tiempo de dedicarme al blog. Ahí va un post de César Uribarri, que es de gran interés, y merece difundirse mas, como todos los suyos.




“Es obvio que no yo no soy el último exorcista en este mundo. Después de mi vendrán otros, es más, ya han venido, incluso jóvenes. Pero en el mundo somos tan pocos que cada uno de nosotros en su batalla diaria se siente inevitablemente como si fuera el último, el último exorcista llamado a combatir contra el gran enemigo, el príncipe de este mundo, Satanás. La Iglesia, todavía hoy, hace muy poco por formar a nuevos exorcistas. Hacen poco los obispos. Es ésta mi queja y por ese motivo he aceptado que el libro saliese con este título”.


Estas palabras del padre Gabriel Amorth quieren explicar el porqué de ese título tan provocativo con el que sale al mercado en Italia su última obra -escrita junto con el vaticanista Paolo Rodari-. Gracias al portal de noticias La bussola quotidiana nos han llegado algunos pasajes. Y no tienen desperdicio.


Hay un algo de global, de total, en los extractos seleccionados, lo que se agradece en estos tiempos de información parcial, de fragmentos de realidad desvinculados unos de otros. Y así la opinión del padre Amorth es sencillamente omnicomprensiva. Y pone los puntos sobre las íes. Puntos que a pesar de ser continuamente silenciados o ridiculizados exigen una mirada de frente, porque sin enfrentarlos, aunque sea intelectualmente, apenas se puede entender cuanto pasa.


Y lo primero que denota la mirada personalísima de Amorth es su carácter netamente escatológico. 


El mundo está bajo el poder del diablo. Y junto con Satanás muchos de sus profetas. Personas que la Biblia llama los falsos profetas. Falsos porque llevan a la mentira y no a la verdad. Estas personas existen tanto fuera como dentro de la Iglesia. Son fácilmente reconocibles: dicen que hablan en nombre de la Iglesia pero hablan en nombre del mundo. Exigen de la Iglesia que asuma los roles del mundo, y hablando así confunden a los fieles y llevan a la Iglesia a aguas que nos son las suyas. Son las aguas del Maligno. Las aguas que la Biblia describe de modo admirable en su último libro, el Apocalipsis."

"La ira de Satanás ha existido desde el principio del mundo. Pero cuando Dios ha enviado al mundo a su Hijo, Jesús, esta rabia ha aumentado. Con la venida de Cristo el choque entre los dos ejércitos se hace directo. Satanás incita al pueblo contra Cristo y se las arregla para convencerlo de que debe matarlo. La muerte de Jesús es la victoria de Satanás. Una victoria aparente, porque en realidad con la Resurrección es Cristo quien triunfa. Pero su victoria no elimina el mal. No elimina la presencia del dragón, la bestia, Satanás. Éstos todavía permanecen, pero desde la venida de Cristo el hombre tiene la certeza de que, si confía en Él, puede vencer. A pesar de las dificultades de la vida puede vencer a la muerte."

"Hoy en día, dos mil años después de la venida de Cristo, la lucha es más feroz. Estamos en un choque final. Por un lado, el ejército de Satanás. Por el otro el ejército de Dios con todos sus santos y mártires, que derramaron su sangre en beneficio de los que permanecen en el combate. Cada gota de sangre de los mártires es usada por Dios en esa lucha continua contra el diablo.”


Estos párrafos del padre Amorth explican el mundo actual con una profundidad a la que no estamos acostumbrados. Por ello los hitos históricos -y cuanto sucede y ha de suceder- exigen ser leídos en una clave que no debe olvidar las tensiones espirituales subyacentes. No son tiempos normales, el dragón enfurecido plantea un combate que por su crudeza y dimensión se puede considerar de "choque final". Son tiempos, dirá el padre Amorth, descritos en el último libro de las Sagradas Escrituras. Es decir, son tiempos apocalípticos.


Y para tal dimensión y crudeza el dragón ha establecido una estrategia.


El ataque de Satanás está destinado principalmente a quienes ostentan puestos de poder en el mundo. Porque atacar a los hombres que tienen grandes responsabilidades equivale a atacar en cascada a muchísimas personas. Y después, los más atacados son los hombres de la Iglesia."

"Satanás ataca sobre todo al Papa.Su odio por el sucesor de Pedro es feroz. Lo he experimentado en mis exorcismos. Cuando nombro a Juan Pablo II los demonios escupen rabia. Otros tiemblan. Otros lloran y suplican que no lo nombre más. Y esto también sucede con Benedicto XVI. Cada gesto de Joseph Ratzinger, su liturgia, son un poderoso exorcismo contra la furia del demonio."

"Después del Papa, Satanás ataca a los cardenales, obispos y a todos los sacerdotes y religiosos. Es normal que sea así. Ninguno se debería escandalizar. Los sacerdotes, religiosos y religiosas, están llamados a una dura lucha espiritual. No deben ceder ante el diablo. Si abren la puerta de su alma al diablo, aunque sea ligeramente, éste entra y les toma toda su vida.”


Palabras duras, pero no gruesas. Quizá la cruda descripción de estos párrafos ayuden a entender la actual inquina contra el Papa Ratzinger, o la curiosa coincidencia legislativa de signo anticristiano en tantos países, o los terribles escándalos que ha sufrido la Iglesia con la pederastia.


Son tiempos oscuros, de poder de Satanás sobre el mundo. Pero el mismo padre Amorth, el mismo que denuncia que son tiempos bajo el poder del maligno, el mismo que declara la furia actual del dragón en estos tiempos, el mismo que aclara la estrategia en cascada de la serpiente para dominar a todos, el mismo Amorth desconcierta con unas palabras sorprendentes. Y no tanto por recordar uno de los mensajes más conocidos de Medjugorje, sino por la matización personal que hace.


“Nuestra Señora dijo en Medjugorje el 14 de abril de 1982: Dios ha permitido que Satanás ponga a prueba a la Iglesia durante un siglo, pero ha añadido: No la destruirá. Este siglo en el que vivís está bajo el poder de Satanás, pero cuando sean realizados los secretos que os he confiado, su poder se quebrará."

"Palabras que nos dicen que Satanás está hoy trabajando, pero a la vez que él, también está la Virgen. Sabemos poco de los secretos confiados a los videntes de Medjugorje. Sabemos sin embargo que cuando -pronto, muy pronto- estos secretos se realicen, el dragón será derrotado y el reino de la luz triunfará.”


“Pronto, muy pronto”. No parecen palabras dichas a la ligera, sino medidas y sopesadas. Y si bien no sabemos de dónde saca tal prontitud, ni cuales son sus fuentes, hay que reconocer que viniendo de quien vienen, llenan de esperanza.