Mostrando entradas con la etiqueta JUAN PABLO II. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta JUAN PABLO II. Mostrar todas las entradas

martes, 27 de marzo de 2012

LAS PUERTAS DEL INFIERNO II




Cuando la revista 30 giorni llevó a las imprentas su edición de junio de 2001, sabía que en breve estallaría una mina de polémica y notoriedad. Dos años antes la Santa Sede había publicado el nuevo Ritual de Exorcismos, y el más prestigioso y conocido exorcista de la Iglesia Romana llevaba meses denunciando tal “manual”. Era una sencilla entrevista. Las preguntas directas y concretas. Las respuestas, evidentemente, explosivas.

El entrevistado, don Gabriel Amorth, llevaba muchos años a cuestas lidiando con exorcismos. Por sus manos pasaban los casos más difíciles, muchos de ellos venían previamente de otros exorcistas (o de sacerdotes de a pie, -que los obispos eran reticentes a autorizar exorcismos en tantos casos-) y sus libros y entrevistas en la televisión eran betseller y éxitos de audiencia. Todo un filón para los medios era el padre Amorth. 30 giorni sabía lo que hacía y no perdía la oportunidad: preguntas claras para respuestas concretas. “Hay que ir a la polémica”. Y lo consiguieron.

Famosa fue la entrevista por la claridad con que denunciaba el padre Amorth. Denuncias que se elevaban desde los oscuros rincones de la demonología para sobrepasar los muros vaticanos y señalar directamente confabulaciones y orquestaciones curiales para lograr del nuevo Rito de Exorcismos algo inocuo e inofensivo. Para ilustrarlo narraría una de las anécdotas más sorprendentes:

Celebramos un convenio internacional de exorcistas, cerca de Roma, y pedimos que el Papa nos recibiera. Para no presionarlo, y evitar añadir otra audiencia a las muchas que ya tiene, simplemente, pedimos que se nos recibiera en audiencia pública, la del miércoles en la Plaza de San Pedro. Ni siquiera pedimos que nos nombrara en sus saludos personales. Hicimos la petición, en la manera en que lo ordenan los cánones, como recordará, perfectamente, Monseñor Paolo De Nicolo, de la Prefectura de la Casa Pontificia, quien recibió de buena gana nuestra petición. Sin embargo, el día antes de la audiencia, el propio Monseñor Nicolo nos dijo - con pena, esa es la verdad, por lo que estaba claro que la decisión no la había tomado él - que no asistiéramos a la audiencia, y que no habíamos sido admitidos. ¡Increíble: 150 exorcistas procedentes de los cinco continentes, sacerdotes nombrados por sus obispos de conformidad con las normas del derecho canónico, que exigen sacerdotes de oración, de ciencia y de buena reputación - es decir, de alguna forma, la flor y nata del clero-, sacerdotes que piden participar en una audiencia pública del Papa y se les echa a patadas!. Monseñor Nicolo me dijo: "Le prometo que, inmediatamente, le enviaré una carta explicando la situación". Han pasado cinco años y, todavía, estoy esperando esa carta. Desde luego, no fue Juan Pablo II quien nos excluyó. Pero el hecho de que a 150 sacerdotes se les prohíba participar en una audiencia pública del Papa en la Plaza de San Pedro, explica la clase de obstáculos a los que se enfrentan los exorcistas, aún dentro de su propia Iglesia, y hasta que punto, son mal vistos por un gran número de autoridades eclesiásticas.”

Sin embargo esto no era nada más que lo anecdótico, La denuncia más grave –desde su perspectiva profesional- estaba circunscrita al Nuevo Ritual: “los exorcistas, que tenemos que utilizarla, aprovechamos para señalar, una vez más, que no estamos de acuerdo con muchos puntos del nuevo Ritual. El texto latino sigue siendo el mismo en esta traducción. Un Ritual tan esperado, al final, se ha transformado en una farsa. Un increíble obstáculo que podría impedirnos actuar contra el demonio.”  Cierto que no todos los exorcistas opinaban igual, pero que la opinión del más reputado y prestigioso exorcista de la Iglesia fuera ésta era para no tomarlo a guasa.

Sin embargo la miga no estaba ahí –o no sólo estaba ahí-. El dedo acusador del padre Amorth era más largo de lo esperado: declaraba la estrategia de Satanás metiendo el dedo en llagas dolorosas.

Y es que si bien en estos tiempos de descreencia en el Maligno, la catequesis habitual más ortodoxa no había rechazado tal verdad de fe, si que había reducido el viejo aforismo de san Pedro “el demonio cual león rugiente esperando a quien devorar” a una caricatura de si mismo. Rugirá mucho, diría la catequesis al uso, pero como “perro encadenado” ya ha sido vencido por Cristo. De tal modo, que cual bálsamo de fierabrás, lo escatológico se había comido, como en un suspiro, la notoria realidad histórica y diaria.

El padre Amorth evidentemente asumía la sabiduría agustiniana del “perro encadenado”, cierto que actualizada a estos tiempos descreídos, pero partiendo de esa verdad y declarándola daba un paso más allá. Asumía el modus operandi al uso, tradicional diríamos, de Satanás: “Su estrategia es siempre la misma. Ya se lo he dicho, y él lo reconoce. Hace creer que el infierno no existe, que el pecado no existe, y que él es solamente una experiencia más que hay que vivir. Concupiscencia, éxito y poder, son las tres grandes pasiones en las que Satanás se fía.” Pero Gabriele Amorth iba un paso más allá. Y en un juego de claridad entrevistado y entrevistador dejaron correr ríos de polémica:

-  Padre Amorth, el satanismo se difunde cada vez más. En realidad, el nuevo Ritual hace difícil la práctica de los exorcismos. A los exorcistas se les impide que participen en una audiencia con el Papa en la Plaza de San Pedro. Dígame, sinceramente: ¿qué es lo que está pasando?

-  El humo de Satanás ha entrado a todas partes. ¡A todas partes! Quizá fuimos excluidos de la audiencia del Papa, porque tenían miedo de que tantos exorcistas consiguieran expulsar a las legiones de demonios que se han instalado en el Vaticano.

-  Está bromeando, ¿verdad?

-  Le podrá parecer una broma, pero yo creo que es verdad. No tengo ninguna duda de que el demonio tienta, sobre todo, a las autoridades de la Iglesia, así como a cualquier otra autoridad, en la política y la industria.
-  ¿Está diciendo, entonces, que en ésta, como en todas las guerras, Satanás quiere conquistar los altos mandos, para tomar prisioneros a los generales del adversario?

-  Es una estrategia victoriosa. Siempre se intenta ponerla en práctica. Sobre todo cuando las defensas del adversario son débiles. Satanás también lo intenta.

Había una estrategia maléfica que pasaba por controlar autoridades de mundo y de Iglesia. Había un proyecto. ¿Pero todo esto no era acaso retórica barata, charla de mercadillo? Al menos no quedaba en duda la gravedad de la denuncia elevada por el padre Amorth. Y es que no se señalaba sólo un modo de tentar, se indicaba un modo de operar, una estrategiaPero si su denuncia no bastaba, la realidad del siglo XX era elocuente por si misma. Demasiada sangre, demasiado terror en un solo siglo. ¿No había sido llamado acaso el siglo de las violencias? Tanto que la metáfora “del perro y la cadena” parecía despreciar burdamente los terribles sufrimientos infligidos a una doliente humanidad durante tantos decenios. Sufrimientos que, para escarnio de la modernidad ilustrada, no había tenido causa alguna en las guerras de religión, sino en la guerra contra la religión: ¿qué decir si no del nazismo o el comunismo? El alcance del mal no es que fuera casi inenarrable, es que había pretendido aniquilar toda libertad humana aniquilando previamente el alma. ¿No convenía entonces una profundización? Convenía, pero las lecturas históricas no iban más allá de categorías políticas, humanas.

El optimismo contemporáneo, desgraciadamente, estaba ciego para trascender lo histórico. Lo ocurrido a lo largo del siglo XX había sido reducido a la “locura humana”, como si todo perteneciera al hombre, y a un hombre ya pasado, porque el actual estaba escarmentado de tales errores. El padre Amorth alertaba contra ese optimismo: había una estrategia. Y Juan Pablo II constató la terrible victoria estratégica del maligno en el siglo XX.

“No me refiero ahora al mal cometido individualmente por los hombres movidos por objetivos o motivos personales. El del siglo XX no fue un mal en edición reducida, “artesanal”, por llamarlo así. Fue el mal en proporciones gigantescas, un mal que ha usado las estructuras estatales mismas para llevar a cabo su funesto cometido, un mal erigido en sistema.”

La estrategia descrita por el padre Amorth se evidenció en el siglo anterior de modo notorio, pero ¿había quedado circunscrita a aquellos años oscuros? ¿El éxito de tal estrategia no sería, acaso, replicable en el presente? El cardenal Ratzinger aprovechó su homilía previa al Cónclave que le eligió pontífice, para denunciar que esa estrategia seguía activa y que en estos tiempos actuales emergía un peligro nuevo: la dictadura del relativismo:

Cuántos vientos de doctrina falsos hemos conocido en estos últimos años, cuántas corrientes ideológicas, cuántas maneras de pensar. La pequeña barca del pensamiento de muchos cristianos ha estado agitada permanentemente, de un extremo al otro del mundo, del marxismo al liberalismo, incluso al libertinaje, del colectivismo al individualismo radical, del ateísmo a un vago misticismo religioso, del agnosticismo al sincretismo. (…) Mientras el relativismo, es decir, el dejarse llevar por cualquier viento de doctrina, aparece como el único atisbo que parece imperar en los tiempos actuales. Se va constituyendo en la actualidad, una dictadura del relativismo que no conoce nada como definitivo y que deja como única medida sólo el propio yo y la propia voluntad.

Pero este peligro actual ¿era una mera construcción del hombre? ¿No había algo más? Acaso todas las decisiones de los hombres, las “locuras humanas” causantes de tantas aberraciones y violencias, ¿no son decisiones del hombre? ¿Dónde queda esa estrategia, esa actuación perversa del padre de la mentira? Benedicto XVI no tendría reparo en señalarlo inequívocamente al hilo del comentario sobre Judas Iscariote.
“¿Por qué traicionó (Judas) a Jesús? La cuestión suscita varias hipótesis. Algunos recurren a la avidez por el dinero; otros ofrecen una explicación de carácter mesiánico: Judas habría quedado decepcionado al ver que Jesús no entraba en el programa de liberación político-militar de su propio país. En realidad, los textos evangélicos insisten en otro aspecto: Juan dice expresamente que "el diablo había puesto en el corazón a Judas Iscariote, hijo de Simón, el propósito de entregarle" (Juan 13,2); del mismo modo, Lucas escribe: "Satanás entró en Judas, llamado Iscariote, que era del número de los doce" (Lucas 22, 3). De este modo, se va más allá de las motivaciones históricas y se explica lo sucedido basándose en la responsabilidad personal de Judas, quien cedió miserablemente a una tentación del Maligno. (Audiencia de los miércoles, Benedicto XVI)

El padre del mal no era un artesano al uso, sino un estratega al que se le había dejado el terreno abierto.

LAS PUERTAS DEL INFIERNO I



La pederastia en la Iglesia cayó como un jarro de agua fría. Años de relativa paz en las iglesias se vieron conmovidos desde los cimientos ante la magnitud del escándalo. Entonces se vio como esta Iglesia nuestra corría como un pollo sin cabeza. “Esta Iglesia” salvo Benedicto XVI y unos pocos. No se sabía que hacer ni cómo. No era más que un síntoma, aún grave, de una Iglesia que llevaba años, décadas, dando palos de ciego.

Y es que el tsunami de la pederastia anegó a un funcionariado clerical que se encontró de golpe con que la marca “sacerdote” empezaba a estar mal vista. Los años de cómoda sequía parecía que llegaban a su fin. Irlanda fue un caso paradigmático, la fe del pueblo no quedó conmovida pero sí la confianza en la Iglesia. Algo grave se había quebrado. En el reciente viaje de Benedicto XVI a Inglaterra utilizaron esa “desconfianza” en la institución -que ya había fraguado en la gente de pie- para acosar con violencia y descaro a su persona. No parecía difícil cuando el común de la gente miraba con rencor una institución que había permitido tal escándalo. Que el Papa salió fortalecido de ese viaje es un hecho, y las terribles campañas de acoso y desprestigio, en las que sin falsear los datos se ponía el acento y el punto de mira sólo en los escándalos sacerdotales, parecieron entrar en barrena.

Atrás habían quedado maquinaciones orquestadas desde medios de comunicación –la siempre BBC detrás de todo- dónde lo más llamativo era que parte de esas campañas de acoso venían desde dentro de la misma Iglesia. No tuvieron pudor en hacerlo público Tornieri y Rodari con su último libro Atacco al Papa, pero ya antes Massimo Introvigne lo había declarado reiteradas veces, que el enemigo lo tenía la Iglesia dentro y no fuera. El mismo Papa lo reconocería para escándalo de tantos.

"El Señor ha dicho que la Iglesia sufrirá hasta el fin del mundo. Y esto lo vemos hoy de manera particular. Hoy las mayores persecuciones contra la Iglesia no vienen de fuera, sino de los pecados que están dentro de la propia Iglesia." (Encuentro con periodistas en el avión papal, camino de Lisboa, mayo 2010)

La mansedumbre del Papa (no encuentro otro calificativo) había desmontado una campaña y había licuado los rencores ocultos de la gente. Sólo faltaba volver a dar confianza a la gente. Pero como decía el secretario del Papa, haciéndose portavoz de una sensación de la Curia romana, el papaJuan Pablo II había abierto los corazones de la gente y Benedicto los estaba llenando.

¿Qué estaba pasando? La modernidad actual lo manifiesta sin ambages, que el grave problema del mundo y de la Iglesia es la ausencia de Dios. Ausencia de Dios que necesitaba ser llenada de materialismo, de secularización, de pérdida de sentido trascendente de la vida, deperversión de lo santo. Por ello gritó Pablo VI aquello del humo de Satanás ha entrado en la Iglesia. Lo decía el entonces cardenal Ratzinger con gran claridad:

“Después de este camino largo y difícil, hoy nos dice: el verdadero problema de nuestro tiempo es "la crisis de Dios", la ausencia de Dios, disfrazada de religiosidad vacía. La teología debe volver a ser realmente teo-logía, hablar de Dios y con Dios.

Metz tiene razón. Lo "único necesario" (unum necessarium) para el hombre es Dios. Todo cambia dependiendo de si Dios existe o no existe. Por desgracia, también nosotros, los cristianos, vivimos a menudo como si Dios no existiera (si Deus non daretur). Vivimos según el eslogan: Dios no existe y, si existe, no influye.

Esta había sido la gran mentira de Satanás, no ya que él no exista, sino que el Altísimo tampoco. Y la Iglesia había entrado en ese juego. Había dejado de hablar del enemigo, de las realidades eternas, del estrecho camino que lleva a tal premio, y una vez que el enemigo se silencia, ¿para qué vivir en estado de guerra sin enemigo a la vista? Lo lógico fue lo que pasó: el hedonismo arrasó la Iglesia. Y en ello la pederastia no era más que lógica consecuencia de una humanidad enferma de ausencia de Dios. Sin Dios todos los horrores eran posibles. Y sin Dios el enemigo tenía las puertas abiertas, porque él si que estaba en batalla. Él no duerme.
Al admitir categorías mundanas, poco a poco la Iglesia se mundanizó y, entre otras consecuencias, empezó a tener miedo de hacer público las intervenciones directas de Dios: lo sobrenatural quedó despreciado. Pero es que estas intervenciones no eran pocas, y  sus alertas no iban a la zaga. Una de las más claras vino de la mano de Monseñor Michelini, don Ottavio Michelini. Sus locuciones fueron publicadas con el nihil obstat correspondiente, pero desconocidas y silenciadas, la Iglesia despreciaba alertas nítidas y elocuentes.

Ayer te dije que era mi intención ampliar el diálogo sobre mi Iglesia y sobre hechos y cosas que tocan su vida; hoy te digo que uno de estos hechos que interesa mayormente a mi Iglesia, es la cruda realidad de sus más encarnizados enemigos.

Es una realidad evidente, claramente revelada, rica de tantísimas señales, confirmada por tantos y dolorosos testimonios y causa primera de todos los sufrimientos humanos, creída y terriblemente vivida por todos los Santos de todos los tiempos y por todos los elegidos, porque no se puede ser Santo, no se llega a ser elegido, si no es cribado y atribulado en el crisol de las potencias oscuras del Infierno. Ahora bien, hoy esta realidad no sólo es puesta en discusión, sino que es hasta negada por Pastores, Obispos y Sacerdotes, que con venenoso celo extienden la incredulidad.

Hijo mío, Yo, Verbo eterno de Dios, me propongo volver a afirmar solemnemente la existencia del "tenebroso reino de Satanás" y manifestarte, aunque brevemente, algunas cosas de la naturaleza de esta turbia realidad.

Pretendo además confirmarte una vez más que la finalidad del misterio de Mi Encarnación es sólo el de arrancar las almas al Infierno "eterno", creado para quien no ha querido y no quiere someterse a Dios, Uno y Trino, Alfa y Omega de todo y de todos.

He hablado de Infierno eterno, hijo, y así es, aunque la presunción humana en su ilimitada necedad tenga la absurda y ridícula pretensión de rehacer o corregir los eternos decretos de Dios. Las provocaciones de los hijos de las tinieblas en efecto han sido y son tales que la Omnipotencia del Padre habría ya severamente castigado a esta ingrata humanidad si hubiera faltado la intercesión de Mi Santísima Madre y las oraciones y penitencias de los justos.

He aquí una vez más confirmado lo que te he dicho en precedentes mensajes, publicados en el quinto libro y esto es, que toda la acción pastoral de mi Vicario en la tierra, de los Obispos y de los Sacerdotes trae origen de esta inmutable finalidad: arrancar las almas de las potencias oscuras del Infierno para conducirlas de nuevo a la Casa del Padre Celestial.

Hoy, hijo, la casi totalidad de los cristianos ignora a su más grande enemigo: Satanás y sus diabólicas legiones. Ignoran al que quiere su ruina eterna: ignoran la inmensidad del mal que Satanás les hace; en cuya comparación, las más grandes y graves desventuras humanas son una nada. Ignoran que se trata de la única cosa importante en la vida: la salvación de la propia alma.
Ante a esta trágica situación está la indiferencia, a veces la incredulidad de muchos sacerdotes míos. Está la inconsciencia de muchos otros que no se cuidan de su principal deber que es el de instruir a los fieles, de poner los al corriente del peligro de esta tremenda lucha que se combate desde los albores de la humanidad. No se preocupan de educar  a los fieles en el uso eficaz de los medios de defensa, numerosos y a disposición en Mi Iglesia. Tienen vergüenza hasta de solo hablar de ello, temen ser considerados como retrógradas; como ves se trata de verdadero y propio respeto humano.

Pero tú sabes, hijo mío,  que si en el ejército un oficial deserta de su puesto de responsabilidad es marcado con el título de traidor y la justicia humana lo persigue. ¿Qué decir entonces de lo que está ocurriendo en Mi Iglesia? ¿No es quizá la más trágica y terrible traición tendida a las almas, el dejarlas a expensas del Enemigo que quiere su perdición? 
 
Mi Vicario en la tierra, Pablo VI, no hace mucho tiempo ha dicho que en la Iglesia se están verificando hechos y acontecimientos que no se pueden humanamente explicar, sino con la intervención del Demonio.

Hijo, te he hablado de sombras que apagan el esplendor de Mi Iglesia: todo esto es más que una sombra.

Si hoy el Enemigo está más arrogante que nunca y domina sobre las personas, sobre las familias, sobre los pueblos, y sobre los gobiernos, en todas partes, ¡es natural!  Tiene el campo libre y casi sin oposición.
 
Cierto que para combatir a Satanás se necesita querer ser santos; para vencerlo eficazmente se necesitan penitencias, mortificaciones, oraciones. Pero ¿no es todo esto mi precepto para todos y en particular para mis consagrados? ¿Porqué no se hacen los exorcismos privadamente? Para esto no se necesitan particulares autorizaciones.

¡No, muchos sacerdotes míos no conocen su propia identidad! No saben quiénes son, no saben con qué potencia tan formidable han sido dotados. De esta ignorancia son culpables y responsables. Son exactamente igual que los oficiales de un ejército que desertan de sus puestos de responsabilidad,  haciéndose culpables del caos que de ahí se sigue.  (Locuciones de noviembre de 1978 y octubre de 1975)

Podrían parecer duras estas palabras, o más aún, desconectadas de la realidad actual. Y es que esta era la clave: la realidad material quedó desconectada de la realidad sobrenatural, pero más real ésta cuanto es eterna. Se había perdido la verdadera dimensión del problema. Pero la realidad estaba ahí, y sus frutos también.

La soberbia que nos induce a querer emanciparnos de Dios, a ser sólo nosotros mismos, sin necesidad del amor eterno y aspirando a ser los únicos artífices de nuestra vida. En esta rebelión contra la verdad, en este intento de hacernos dioses, nuestros propios creadores y jueces, nos hundimos y terminamos por autodestruirnos.” (Cardenal Ratzinger, Via Crucis, viernes santo 2005)