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martes, 27 de marzo de 2012

LAS PUERTAS DEL INFIERNO III




El 26 de abril de 1.978 se reunieron en la casa del editor Buonaventur Meyer seis sacerdotes y el psiquiatra Francés M.G. Mouret, director clínico del hospital psiquiátrico de Limoux (Francia). El motivo del encuentro era una sesión de exorcismopara un difícil caso de posesión que ni se resolvía ni evidenciaba pronto final. Tras aquello el Dr. Mouret, con largos años de experiencia clínica, declaró por escrito: “el caso presente no se trata de una esquizofrenia, ni de histeria, sí del control de una persona por una fuerza exterior, que la Iglesia católica llama Posesión”. La “víctima” era una piadosa madre de familia, que arrastraba desde su juventud –los 14 años- tan desconcertante cruz. Así describiría sus sufrimientos: “El miedo y la angustia estrangulaban mi garganta. Los latidos de mi corazón resonaban hasta el cuello. Me sentía asaltada de un terror inmenso que me impedía hasta hablar. La angustia y el terror me penetraban a tal punto que una hora parecía casi una eternidad.”

Las sesiones de exorcismo se alargaban sin notarse verdadera mejoría, y por ellas pasaron diversos sacerdotes, profesores, doctores. Los testimonios que dejaron escritos eran desconcertantes para una modernidad descreída: “de acuerdo con mi experiencia en estos asuntos, estoy convencido que, en el presente caso, se trata ciertamente de posesión y que las revelaciones hechas por los demonios por orden y coacción evidente de un poder superior, no impide que los demonios resistan continuamente a esa imposición”. Y es que a lo largo de las sesiones de exorcismo, bajo el evidente mandato de autoridad del exorcista –y por mandato directo del Cielo-,los demonios empezaron a revelar datos sorprendentes sobre su estrategia. Si el calvario de la víctima parecía no tener fin al menos se empezaba a intuir un sentido: “las revelaciones hechas por los demonios.”

Que tales revelaciones eran muy llamativas lo declara uno de los teólogos correctores del libro en el que el editor Meyer publicaría más tarde tales revelaciones:

“Después de una lectura crítica de la presente obra, después de oír algunas de las grabaciones, después de una visita a la mujer en cuestión, solo me resta declarar lo siguiente. Estoy absolutamente convencido de la autenticidad Divina de las revelaciones aquí publicadas. Yo y mi teología moderna, tenemos que rendirnos ante una humildad tan grande, como la que resaltan los textos”.

Evidentemente no quedaba ahí su sentido de fondo. Había una desconcertante elección expiatoria que así definiría la poseída: “Independientemente de esto, tenía la conciencia de que Dios quería que aceptase esos sufrimientos por la salvación de las almas. Me esforcé por aceptar todo.”

Si las revelaciones fueron muchas, éstas no se habían obtenido de manera fácil y sencilla. Lo explicaría el editor, testigo presencial de los exorcismos,:

Los demonios son forzados por el Cielo a hablar, contra su voluntad, sobre la Iglesia y sobre su situación actual, de tal modo que sus declaraciones contrarían a su reino y favorecen al Reino de Cristo. En su odio, los espíritus infernales evitan, en la mayor parte de las veces pronunciar el Nombre de María, La Bienaventurada, la Virgen y la Madre de Dios. Se refieren a la Virgen Santísima como: “Ella, la de arriba”. También no dicen: “María así lo quiere”, mas, “Ella lo quiere, “Ella nos fuerza”, “Ella nos manda a decir”. Del mismo modo rodean de diversas maneras, el nombre de Jesús y de la Santísima Trinidad. Muchas veces acompañan sus palabras con un gesto del dedo de la poseída, apuntando para arriba o para abajo. Cuando los demonios exigen oraciones, por ejemplo, cuando dicen que es necesario recitar una oración, las oraciones antes de hablar, es claro que este pedido no resulta de un deseo del infierno, mas del Cielo, que lo pide por medio de los demonios. Durante las revelaciones hechas por su boca, la poseída fue violentamente atormentada con dificultades al respirar, convulsiones, perturbaciones cardíacas y crisis de sofocación. De ahí el carácter muchas veces irregulares de las frases. Como estos exorcismos contrarían al infierno, los demonios se niegan muchas veces en continuar hablando. Además de eso, tienen objeciones diversas, rezongan, gritan, cambian. El cincuenta por ciento de estas partes fueron omitidas por cuestiones de brevedad y simplificación, mas, en su conjunto, la lucha fue mucho mas dura y prolongada de lo que el lector podrá imaginar.

Las revelaciones, junto con la somera descripción narrativa, impregnaban las páginas de evidencias de lo sobrenatural. Lo material se deshacía ante los ojos y uno podía percibir, masticar, la real existencia de un mundo sobrenatural escondido a los sentidos, pero que en aquellas sesiones de exorcismo se volvía cruelmente real. Y todo ello plagado de revelaciones provocativas para espíritus apocados:

“Solo la intervención del propio Dios, de aquel de allá arriba (apunta para arriba), puede todavía salvar a la Iglesia. La tenemos totalmente presa en nuestras redes. Corre el peligro de perecerLa situación es crítica. Está acorralada por los modernismos, por las ideas de los profesores, de los doctores, de los Padres que se creen más inteligentes que los otros. Solo la oración y la penitencia la pueden todavía juntar, mas son bien pocos los que la practican (respira profundamente y con dificultad).”

Entre sufrimientos y frases entrecortadas en un tono plagado de odio y frialdad, se iba revelando el alcance de la batalla espiritual que enfrentaba al infierno contra la Iglesia y sus fieles. Pero desgraciadamente se percibía frase a frase, que del alcance de esa batalla sólo era consciente el infiernoLa Iglesia despreciaba sus tesoros, despreciaba sus armas:

“¡El Santísimo Sacramento del Altar! Si supieran la bendición que guardan, las bendiciones que él hacía antiguamente, cuando era expuesto el Sagrario y el pueblo, delante de él, ¡se hacia oración reparadora! Y de gran eficacia contra los pecados. Todas esas cosas dejaron de existir y es por eso que también menos almas se salvan. No quiero continuar hablando, ¡no quiero hablar más!”

¿Era exagerado? Al menos era notorio el giro que había dado el mundo. Benedicto XVI lo calificaría como un “un mundo desacralizado y una época marcada por una preocupante cultura del vacío y del sinsentido”, cuya cura o remedio no estaba en el mismo mundo: “Un mundo que tiene que crear su justicia por sí mismo es un mundo sin esperanza. Nadie ni nada responde del sufrimiento de los siglos. Nadie ni nada garantiza que el cinismo del poder –bajo cualquier seductor revestimiento ideológico que se presente– no siga mangoneando en el mundo.” (Spe Salvi, Benedicto XVI). La respuesta la tenía la Iglesia en sus riquezas espirituales:

 “Para construir una Europa ‘nueva’ hay que comenzar con las nuevas generaciones, ofreciéndoles la posibilidad de enlazar íntimamente las riquezas espirituales de la liturgia, de la meditación y de la lectio divina. En realidad, esta acción pastoral y formativa es hoy aún más necesaria por el bien de toda la familia humana.” (Benedicto XVI, mensaje a los Benedictinos)

Y eran estas riquezas las que no estaba cuidando la Iglesia por su propia culpa. Así lo reconocería el entonces cardenal Ratzinger en muchas ocasiones, una de ellas en el año 2000, en el jubileo de profesores de religión y catequistas:

“La liturgia (los sacramentos) no es un tema adjunto al de la predicación del Dios vivo, sino la concretización de nuestra relación con Dios. En este contexto desearía hacer una observación general sobre la cuestión litúrgica. Con frecuencia nuestro modo de celebrar la liturgia es demasiado racionalista. La liturgia se convierte en enseñanza, cuyo criterio es que la entiendan. Eso a menudo tiene como consecuencia la banalización del misterio, el predominio de nuestras palabras, la repetición de una serie de palabras que parecen más inteligibles y más gratas a la gente. Pero esto es un error no sólo teológico, sino también psicológico y pastoral. La ola de esoterismo, la difusión de técnicas asiáticas de distensión y de auto-vaciamiento muestran que en nuestras liturgias falta algo.

Precisamente en el mundo actual necesitamos el silencio, el misterio supraindividual, la belleza. La liturgia no es una invención del sacerdote celebrante o de un grupo de especialistas. La liturgia –el rito– se ha desarrollado en un proceso orgánico a lo largo de los siglos; encierra el fruto de la experiencia de fe de todas las generaciones. Aunque los participantes tal vez no comprendan todas sus fórmulas, perciben su significado profundo, la presencia del misterio, que trasciendo todas las palabras.”

¿Extrañaban entonces las revelaciones del infierno en esta misma línea? Mas bien constataban y evidenciaban un misterio: que en la dignidad de la Santa Misa la Iglesia tenía su fuerza, y contra esa fuerza había que volcar todo el odio y la perversión.

“Son incalculables las Gracias que se consiguen en el Santo Sacrificio de la Cruz, por cuya oferta, la Sangre de Cristo corre de nuevo. Nosotros, allá abajo (apunta para abajo) odiamos este sacrificio de la Misa, que es celebrado todos los días en muchas Iglesias. En muchas casas de Dios, no siempre es convenientemente celebrada. Antiguamente, era horrible para nosotros, cuando se celebraba el tradicional Sacrificio de la Misa. Efectivamente, era renovado el Sacrificio de Cristo en la Cruz que apaga los pecados y que consigue gracias extraordinarias para la salvación de las almas, que sin eso, se perderían por millares e irían a parar al infierno. Debo todavía agregar esto (suelta gemidos); no digo mas nada, no quiero decir nada más.”

Toda la reacción de la Iglesia pasaba por la santa Misa, de modo que desactivar la sacralidad de la Misa, de la Eucaristía, era el mejor y más rápido medio de desactivar la reacción de la Iglesia. ¿Extraña entonces el encono contra el Papa Benedicto XVI al publicar el Motu ProprioSummorum Pontificum”, o extraña acaso la falta de diligencia con que las conferencias episcopales cumplen los mandatos del Papa de traducir el pro multis de la consagraciónEs parte de la misma batalla que algunos en la Iglesia han decidido vivir desde el lado del enemigo.

LAS PUERTAS DEL INFIERNO II




Cuando la revista 30 giorni llevó a las imprentas su edición de junio de 2001, sabía que en breve estallaría una mina de polémica y notoriedad. Dos años antes la Santa Sede había publicado el nuevo Ritual de Exorcismos, y el más prestigioso y conocido exorcista de la Iglesia Romana llevaba meses denunciando tal “manual”. Era una sencilla entrevista. Las preguntas directas y concretas. Las respuestas, evidentemente, explosivas.

El entrevistado, don Gabriel Amorth, llevaba muchos años a cuestas lidiando con exorcismos. Por sus manos pasaban los casos más difíciles, muchos de ellos venían previamente de otros exorcistas (o de sacerdotes de a pie, -que los obispos eran reticentes a autorizar exorcismos en tantos casos-) y sus libros y entrevistas en la televisión eran betseller y éxitos de audiencia. Todo un filón para los medios era el padre Amorth. 30 giorni sabía lo que hacía y no perdía la oportunidad: preguntas claras para respuestas concretas. “Hay que ir a la polémica”. Y lo consiguieron.

Famosa fue la entrevista por la claridad con que denunciaba el padre Amorth. Denuncias que se elevaban desde los oscuros rincones de la demonología para sobrepasar los muros vaticanos y señalar directamente confabulaciones y orquestaciones curiales para lograr del nuevo Rito de Exorcismos algo inocuo e inofensivo. Para ilustrarlo narraría una de las anécdotas más sorprendentes:

Celebramos un convenio internacional de exorcistas, cerca de Roma, y pedimos que el Papa nos recibiera. Para no presionarlo, y evitar añadir otra audiencia a las muchas que ya tiene, simplemente, pedimos que se nos recibiera en audiencia pública, la del miércoles en la Plaza de San Pedro. Ni siquiera pedimos que nos nombrara en sus saludos personales. Hicimos la petición, en la manera en que lo ordenan los cánones, como recordará, perfectamente, Monseñor Paolo De Nicolo, de la Prefectura de la Casa Pontificia, quien recibió de buena gana nuestra petición. Sin embargo, el día antes de la audiencia, el propio Monseñor Nicolo nos dijo - con pena, esa es la verdad, por lo que estaba claro que la decisión no la había tomado él - que no asistiéramos a la audiencia, y que no habíamos sido admitidos. ¡Increíble: 150 exorcistas procedentes de los cinco continentes, sacerdotes nombrados por sus obispos de conformidad con las normas del derecho canónico, que exigen sacerdotes de oración, de ciencia y de buena reputación - es decir, de alguna forma, la flor y nata del clero-, sacerdotes que piden participar en una audiencia pública del Papa y se les echa a patadas!. Monseñor Nicolo me dijo: "Le prometo que, inmediatamente, le enviaré una carta explicando la situación". Han pasado cinco años y, todavía, estoy esperando esa carta. Desde luego, no fue Juan Pablo II quien nos excluyó. Pero el hecho de que a 150 sacerdotes se les prohíba participar en una audiencia pública del Papa en la Plaza de San Pedro, explica la clase de obstáculos a los que se enfrentan los exorcistas, aún dentro de su propia Iglesia, y hasta que punto, son mal vistos por un gran número de autoridades eclesiásticas.”

Sin embargo esto no era nada más que lo anecdótico, La denuncia más grave –desde su perspectiva profesional- estaba circunscrita al Nuevo Ritual: “los exorcistas, que tenemos que utilizarla, aprovechamos para señalar, una vez más, que no estamos de acuerdo con muchos puntos del nuevo Ritual. El texto latino sigue siendo el mismo en esta traducción. Un Ritual tan esperado, al final, se ha transformado en una farsa. Un increíble obstáculo que podría impedirnos actuar contra el demonio.”  Cierto que no todos los exorcistas opinaban igual, pero que la opinión del más reputado y prestigioso exorcista de la Iglesia fuera ésta era para no tomarlo a guasa.

Sin embargo la miga no estaba ahí –o no sólo estaba ahí-. El dedo acusador del padre Amorth era más largo de lo esperado: declaraba la estrategia de Satanás metiendo el dedo en llagas dolorosas.

Y es que si bien en estos tiempos de descreencia en el Maligno, la catequesis habitual más ortodoxa no había rechazado tal verdad de fe, si que había reducido el viejo aforismo de san Pedro “el demonio cual león rugiente esperando a quien devorar” a una caricatura de si mismo. Rugirá mucho, diría la catequesis al uso, pero como “perro encadenado” ya ha sido vencido por Cristo. De tal modo, que cual bálsamo de fierabrás, lo escatológico se había comido, como en un suspiro, la notoria realidad histórica y diaria.

El padre Amorth evidentemente asumía la sabiduría agustiniana del “perro encadenado”, cierto que actualizada a estos tiempos descreídos, pero partiendo de esa verdad y declarándola daba un paso más allá. Asumía el modus operandi al uso, tradicional diríamos, de Satanás: “Su estrategia es siempre la misma. Ya se lo he dicho, y él lo reconoce. Hace creer que el infierno no existe, que el pecado no existe, y que él es solamente una experiencia más que hay que vivir. Concupiscencia, éxito y poder, son las tres grandes pasiones en las que Satanás se fía.” Pero Gabriele Amorth iba un paso más allá. Y en un juego de claridad entrevistado y entrevistador dejaron correr ríos de polémica:

-  Padre Amorth, el satanismo se difunde cada vez más. En realidad, el nuevo Ritual hace difícil la práctica de los exorcismos. A los exorcistas se les impide que participen en una audiencia con el Papa en la Plaza de San Pedro. Dígame, sinceramente: ¿qué es lo que está pasando?

-  El humo de Satanás ha entrado a todas partes. ¡A todas partes! Quizá fuimos excluidos de la audiencia del Papa, porque tenían miedo de que tantos exorcistas consiguieran expulsar a las legiones de demonios que se han instalado en el Vaticano.

-  Está bromeando, ¿verdad?

-  Le podrá parecer una broma, pero yo creo que es verdad. No tengo ninguna duda de que el demonio tienta, sobre todo, a las autoridades de la Iglesia, así como a cualquier otra autoridad, en la política y la industria.
-  ¿Está diciendo, entonces, que en ésta, como en todas las guerras, Satanás quiere conquistar los altos mandos, para tomar prisioneros a los generales del adversario?

-  Es una estrategia victoriosa. Siempre se intenta ponerla en práctica. Sobre todo cuando las defensas del adversario son débiles. Satanás también lo intenta.

Había una estrategia maléfica que pasaba por controlar autoridades de mundo y de Iglesia. Había un proyecto. ¿Pero todo esto no era acaso retórica barata, charla de mercadillo? Al menos no quedaba en duda la gravedad de la denuncia elevada por el padre Amorth. Y es que no se señalaba sólo un modo de tentar, se indicaba un modo de operar, una estrategiaPero si su denuncia no bastaba, la realidad del siglo XX era elocuente por si misma. Demasiada sangre, demasiado terror en un solo siglo. ¿No había sido llamado acaso el siglo de las violencias? Tanto que la metáfora “del perro y la cadena” parecía despreciar burdamente los terribles sufrimientos infligidos a una doliente humanidad durante tantos decenios. Sufrimientos que, para escarnio de la modernidad ilustrada, no había tenido causa alguna en las guerras de religión, sino en la guerra contra la religión: ¿qué decir si no del nazismo o el comunismo? El alcance del mal no es que fuera casi inenarrable, es que había pretendido aniquilar toda libertad humana aniquilando previamente el alma. ¿No convenía entonces una profundización? Convenía, pero las lecturas históricas no iban más allá de categorías políticas, humanas.

El optimismo contemporáneo, desgraciadamente, estaba ciego para trascender lo histórico. Lo ocurrido a lo largo del siglo XX había sido reducido a la “locura humana”, como si todo perteneciera al hombre, y a un hombre ya pasado, porque el actual estaba escarmentado de tales errores. El padre Amorth alertaba contra ese optimismo: había una estrategia. Y Juan Pablo II constató la terrible victoria estratégica del maligno en el siglo XX.

“No me refiero ahora al mal cometido individualmente por los hombres movidos por objetivos o motivos personales. El del siglo XX no fue un mal en edición reducida, “artesanal”, por llamarlo así. Fue el mal en proporciones gigantescas, un mal que ha usado las estructuras estatales mismas para llevar a cabo su funesto cometido, un mal erigido en sistema.”

La estrategia descrita por el padre Amorth se evidenció en el siglo anterior de modo notorio, pero ¿había quedado circunscrita a aquellos años oscuros? ¿El éxito de tal estrategia no sería, acaso, replicable en el presente? El cardenal Ratzinger aprovechó su homilía previa al Cónclave que le eligió pontífice, para denunciar que esa estrategia seguía activa y que en estos tiempos actuales emergía un peligro nuevo: la dictadura del relativismo:

Cuántos vientos de doctrina falsos hemos conocido en estos últimos años, cuántas corrientes ideológicas, cuántas maneras de pensar. La pequeña barca del pensamiento de muchos cristianos ha estado agitada permanentemente, de un extremo al otro del mundo, del marxismo al liberalismo, incluso al libertinaje, del colectivismo al individualismo radical, del ateísmo a un vago misticismo religioso, del agnosticismo al sincretismo. (…) Mientras el relativismo, es decir, el dejarse llevar por cualquier viento de doctrina, aparece como el único atisbo que parece imperar en los tiempos actuales. Se va constituyendo en la actualidad, una dictadura del relativismo que no conoce nada como definitivo y que deja como única medida sólo el propio yo y la propia voluntad.

Pero este peligro actual ¿era una mera construcción del hombre? ¿No había algo más? Acaso todas las decisiones de los hombres, las “locuras humanas” causantes de tantas aberraciones y violencias, ¿no son decisiones del hombre? ¿Dónde queda esa estrategia, esa actuación perversa del padre de la mentira? Benedicto XVI no tendría reparo en señalarlo inequívocamente al hilo del comentario sobre Judas Iscariote.
“¿Por qué traicionó (Judas) a Jesús? La cuestión suscita varias hipótesis. Algunos recurren a la avidez por el dinero; otros ofrecen una explicación de carácter mesiánico: Judas habría quedado decepcionado al ver que Jesús no entraba en el programa de liberación político-militar de su propio país. En realidad, los textos evangélicos insisten en otro aspecto: Juan dice expresamente que "el diablo había puesto en el corazón a Judas Iscariote, hijo de Simón, el propósito de entregarle" (Juan 13,2); del mismo modo, Lucas escribe: "Satanás entró en Judas, llamado Iscariote, que era del número de los doce" (Lucas 22, 3). De este modo, se va más allá de las motivaciones históricas y se explica lo sucedido basándose en la responsabilidad personal de Judas, quien cedió miserablemente a una tentación del Maligno. (Audiencia de los miércoles, Benedicto XVI)

El padre del mal no era un artesano al uso, sino un estratega al que se le había dejado el terreno abierto.

LAS PUERTAS DEL INFIERNO I



La pederastia en la Iglesia cayó como un jarro de agua fría. Años de relativa paz en las iglesias se vieron conmovidos desde los cimientos ante la magnitud del escándalo. Entonces se vio como esta Iglesia nuestra corría como un pollo sin cabeza. “Esta Iglesia” salvo Benedicto XVI y unos pocos. No se sabía que hacer ni cómo. No era más que un síntoma, aún grave, de una Iglesia que llevaba años, décadas, dando palos de ciego.

Y es que el tsunami de la pederastia anegó a un funcionariado clerical que se encontró de golpe con que la marca “sacerdote” empezaba a estar mal vista. Los años de cómoda sequía parecía que llegaban a su fin. Irlanda fue un caso paradigmático, la fe del pueblo no quedó conmovida pero sí la confianza en la Iglesia. Algo grave se había quebrado. En el reciente viaje de Benedicto XVI a Inglaterra utilizaron esa “desconfianza” en la institución -que ya había fraguado en la gente de pie- para acosar con violencia y descaro a su persona. No parecía difícil cuando el común de la gente miraba con rencor una institución que había permitido tal escándalo. Que el Papa salió fortalecido de ese viaje es un hecho, y las terribles campañas de acoso y desprestigio, en las que sin falsear los datos se ponía el acento y el punto de mira sólo en los escándalos sacerdotales, parecieron entrar en barrena.

Atrás habían quedado maquinaciones orquestadas desde medios de comunicación –la siempre BBC detrás de todo- dónde lo más llamativo era que parte de esas campañas de acoso venían desde dentro de la misma Iglesia. No tuvieron pudor en hacerlo público Tornieri y Rodari con su último libro Atacco al Papa, pero ya antes Massimo Introvigne lo había declarado reiteradas veces, que el enemigo lo tenía la Iglesia dentro y no fuera. El mismo Papa lo reconocería para escándalo de tantos.

"El Señor ha dicho que la Iglesia sufrirá hasta el fin del mundo. Y esto lo vemos hoy de manera particular. Hoy las mayores persecuciones contra la Iglesia no vienen de fuera, sino de los pecados que están dentro de la propia Iglesia." (Encuentro con periodistas en el avión papal, camino de Lisboa, mayo 2010)

La mansedumbre del Papa (no encuentro otro calificativo) había desmontado una campaña y había licuado los rencores ocultos de la gente. Sólo faltaba volver a dar confianza a la gente. Pero como decía el secretario del Papa, haciéndose portavoz de una sensación de la Curia romana, el papaJuan Pablo II había abierto los corazones de la gente y Benedicto los estaba llenando.

¿Qué estaba pasando? La modernidad actual lo manifiesta sin ambages, que el grave problema del mundo y de la Iglesia es la ausencia de Dios. Ausencia de Dios que necesitaba ser llenada de materialismo, de secularización, de pérdida de sentido trascendente de la vida, deperversión de lo santo. Por ello gritó Pablo VI aquello del humo de Satanás ha entrado en la Iglesia. Lo decía el entonces cardenal Ratzinger con gran claridad:

“Después de este camino largo y difícil, hoy nos dice: el verdadero problema de nuestro tiempo es "la crisis de Dios", la ausencia de Dios, disfrazada de religiosidad vacía. La teología debe volver a ser realmente teo-logía, hablar de Dios y con Dios.

Metz tiene razón. Lo "único necesario" (unum necessarium) para el hombre es Dios. Todo cambia dependiendo de si Dios existe o no existe. Por desgracia, también nosotros, los cristianos, vivimos a menudo como si Dios no existiera (si Deus non daretur). Vivimos según el eslogan: Dios no existe y, si existe, no influye.

Esta había sido la gran mentira de Satanás, no ya que él no exista, sino que el Altísimo tampoco. Y la Iglesia había entrado en ese juego. Había dejado de hablar del enemigo, de las realidades eternas, del estrecho camino que lleva a tal premio, y una vez que el enemigo se silencia, ¿para qué vivir en estado de guerra sin enemigo a la vista? Lo lógico fue lo que pasó: el hedonismo arrasó la Iglesia. Y en ello la pederastia no era más que lógica consecuencia de una humanidad enferma de ausencia de Dios. Sin Dios todos los horrores eran posibles. Y sin Dios el enemigo tenía las puertas abiertas, porque él si que estaba en batalla. Él no duerme.
Al admitir categorías mundanas, poco a poco la Iglesia se mundanizó y, entre otras consecuencias, empezó a tener miedo de hacer público las intervenciones directas de Dios: lo sobrenatural quedó despreciado. Pero es que estas intervenciones no eran pocas, y  sus alertas no iban a la zaga. Una de las más claras vino de la mano de Monseñor Michelini, don Ottavio Michelini. Sus locuciones fueron publicadas con el nihil obstat correspondiente, pero desconocidas y silenciadas, la Iglesia despreciaba alertas nítidas y elocuentes.

Ayer te dije que era mi intención ampliar el diálogo sobre mi Iglesia y sobre hechos y cosas que tocan su vida; hoy te digo que uno de estos hechos que interesa mayormente a mi Iglesia, es la cruda realidad de sus más encarnizados enemigos.

Es una realidad evidente, claramente revelada, rica de tantísimas señales, confirmada por tantos y dolorosos testimonios y causa primera de todos los sufrimientos humanos, creída y terriblemente vivida por todos los Santos de todos los tiempos y por todos los elegidos, porque no se puede ser Santo, no se llega a ser elegido, si no es cribado y atribulado en el crisol de las potencias oscuras del Infierno. Ahora bien, hoy esta realidad no sólo es puesta en discusión, sino que es hasta negada por Pastores, Obispos y Sacerdotes, que con venenoso celo extienden la incredulidad.

Hijo mío, Yo, Verbo eterno de Dios, me propongo volver a afirmar solemnemente la existencia del "tenebroso reino de Satanás" y manifestarte, aunque brevemente, algunas cosas de la naturaleza de esta turbia realidad.

Pretendo además confirmarte una vez más que la finalidad del misterio de Mi Encarnación es sólo el de arrancar las almas al Infierno "eterno", creado para quien no ha querido y no quiere someterse a Dios, Uno y Trino, Alfa y Omega de todo y de todos.

He hablado de Infierno eterno, hijo, y así es, aunque la presunción humana en su ilimitada necedad tenga la absurda y ridícula pretensión de rehacer o corregir los eternos decretos de Dios. Las provocaciones de los hijos de las tinieblas en efecto han sido y son tales que la Omnipotencia del Padre habría ya severamente castigado a esta ingrata humanidad si hubiera faltado la intercesión de Mi Santísima Madre y las oraciones y penitencias de los justos.

He aquí una vez más confirmado lo que te he dicho en precedentes mensajes, publicados en el quinto libro y esto es, que toda la acción pastoral de mi Vicario en la tierra, de los Obispos y de los Sacerdotes trae origen de esta inmutable finalidad: arrancar las almas de las potencias oscuras del Infierno para conducirlas de nuevo a la Casa del Padre Celestial.

Hoy, hijo, la casi totalidad de los cristianos ignora a su más grande enemigo: Satanás y sus diabólicas legiones. Ignoran al que quiere su ruina eterna: ignoran la inmensidad del mal que Satanás les hace; en cuya comparación, las más grandes y graves desventuras humanas son una nada. Ignoran que se trata de la única cosa importante en la vida: la salvación de la propia alma.
Ante a esta trágica situación está la indiferencia, a veces la incredulidad de muchos sacerdotes míos. Está la inconsciencia de muchos otros que no se cuidan de su principal deber que es el de instruir a los fieles, de poner los al corriente del peligro de esta tremenda lucha que se combate desde los albores de la humanidad. No se preocupan de educar  a los fieles en el uso eficaz de los medios de defensa, numerosos y a disposición en Mi Iglesia. Tienen vergüenza hasta de solo hablar de ello, temen ser considerados como retrógradas; como ves se trata de verdadero y propio respeto humano.

Pero tú sabes, hijo mío,  que si en el ejército un oficial deserta de su puesto de responsabilidad es marcado con el título de traidor y la justicia humana lo persigue. ¿Qué decir entonces de lo que está ocurriendo en Mi Iglesia? ¿No es quizá la más trágica y terrible traición tendida a las almas, el dejarlas a expensas del Enemigo que quiere su perdición? 
 
Mi Vicario en la tierra, Pablo VI, no hace mucho tiempo ha dicho que en la Iglesia se están verificando hechos y acontecimientos que no se pueden humanamente explicar, sino con la intervención del Demonio.

Hijo, te he hablado de sombras que apagan el esplendor de Mi Iglesia: todo esto es más que una sombra.

Si hoy el Enemigo está más arrogante que nunca y domina sobre las personas, sobre las familias, sobre los pueblos, y sobre los gobiernos, en todas partes, ¡es natural!  Tiene el campo libre y casi sin oposición.
 
Cierto que para combatir a Satanás se necesita querer ser santos; para vencerlo eficazmente se necesitan penitencias, mortificaciones, oraciones. Pero ¿no es todo esto mi precepto para todos y en particular para mis consagrados? ¿Porqué no se hacen los exorcismos privadamente? Para esto no se necesitan particulares autorizaciones.

¡No, muchos sacerdotes míos no conocen su propia identidad! No saben quiénes son, no saben con qué potencia tan formidable han sido dotados. De esta ignorancia son culpables y responsables. Son exactamente igual que los oficiales de un ejército que desertan de sus puestos de responsabilidad,  haciéndose culpables del caos que de ahí se sigue.  (Locuciones de noviembre de 1978 y octubre de 1975)

Podrían parecer duras estas palabras, o más aún, desconectadas de la realidad actual. Y es que esta era la clave: la realidad material quedó desconectada de la realidad sobrenatural, pero más real ésta cuanto es eterna. Se había perdido la verdadera dimensión del problema. Pero la realidad estaba ahí, y sus frutos también.

La soberbia que nos induce a querer emanciparnos de Dios, a ser sólo nosotros mismos, sin necesidad del amor eterno y aspirando a ser los únicos artífices de nuestra vida. En esta rebelión contra la verdad, en este intento de hacernos dioses, nuestros propios creadores y jueces, nos hundimos y terminamos por autodestruirnos.” (Cardenal Ratzinger, Via Crucis, viernes santo 2005)



miércoles, 6 de abril de 2011

EL INFIERNO DE LOS CONSAGRADOS

He aquí un tema desconocido, misterioso e inquietante. Las almas cosagradas (curas, monjas, obispos, cardenales y papas) también pueden ir al infierno. Sor Josefa Menéndez nos relata en sus visiones esta tremenda realidad. Veamos:


Lo que viene a continuación es un resumen  de las notas de sor Josefa sobre "El infierno de las almas consagradas".


Es curioso, ahora que se dice que el infierno es un estado de la conciencia, que no posee lugar físico, que el sufrimiento es espiritual, algo light e inofensivo, leyendo estas visiones, el infierno se parece mucho más a un viejo grabado medieval...







"La meditación del día fue sobre el Juicio Particular de las almas religiosas. Yo no podía liberar mi mente de este pensamiento, a pesar de la opresión que sentía. De pronto, me sentí rodeada y oprimida por un gran peso, de tal forma que en un instante, vi más claramente que nunca antes lo maravillosa que es la santidad de Dios y Su aborrecimiento del pecado.

"Vi en un instante mi vida entera, desde mi primera confesión hasta este día. Todo me fue vívidamente presentado: mis pecados, las gracias que recibí, el día que entré en religión, mis vestidos de novicia, mis primeros votos, mis lecturas espirituales, mis tiempos de oración, los avisos que me fueron dados, y todas las ayudas de la vida religiosa. Imposible describir la confusión y la vergüenza que una alma siente en ese momento, cuando se da cuenta: 'todo está perdido, y estoy condenada para siempre.'"

Como en sus anteriores descensos al infierno, sor Josefa nunca se acusaba a sí misma de ningún pecado específico que pudiera haberla conducido a tal calamidad. Nuestro Señor había proyectado únicamente que ella sintiera las consecuencias, si hubiera merecideo tal castigo. Sor Josefa escribió:

"Instantáneamente, me encontré a mí misma en el infierno, pero no arrastrada allí como antes. El alma se precipita allí ella misma, como si fuera para esconderse de Dios y así ser libre de odiarlo y maldecirlo.

"Mi alma se precipitó en las profundidades abismales, cuyo fondo no puede ser visto, porque es inmenso... al mismo tiempo que oí a otras almas riéndose y alegrándose de verme compartir sus tormentos. Fue martirio suficiente oír las terribles imprecaciones provenientes de todas partes, pero que no puede ser comparado con la sed de lanzar maldiciones que se apodera de las almas, y
cuanto más se maldice, más se desea maldecir y más aumenta esta sed. Nunca había sentido lo mismo antes. Las últimas veces mi alma había sido oprimida de angustia al oír estas horribles blasfemias, a pesar de ser completamente incapaz de producir ni un solo acto de amor. Pero hoy fue de otra manera.

"Vi el infierno como siempre antes, los largos corredores oscuros, las cavidades, las llamas... Oí las mismas blasfemias e imprecaciones, porque - y de esto he escrito ya antes - a pesar de que no eran visibles formas corporales, los tormentos se sentían como si estuvieran presentes, y las almas se reconocen las unas a las otras. Una dijo: 'Hola, ¿tú por aquí? ¿Y estás tú como nosotros? Nosotros eramos libres de tomar esos votos o no...
¡pero no!'
Y maldecían sus votos.



Algunas almas maldecían la vocación que habían recibido, y a la que no habían correspondido... la vocación que habían perdido porque no habían querido vivir humildes y mortificados... 

En una ocasión, cuando estaba en el infierno, vi un gran número de sacerdotes, religiosos y monjas, maldiciendo sus votos, sus órdenes, a sus superiores y a todo aquello que les había dado la Luz y la gracia que habían perdido.

Vi también a algunos prelados. Uno se acusaba a sí mismo de haber utilizado ilícitamente los bienes pertenecientes a la Iglesia.
Los sacerdotes lanzaban maldiciones contra sus lenguas, las cuales habían consagrado; contra sus dedos, que habían portado el sagrado Cuerpo de Nuestro Señor; contra las absoluciones que habían concedido; mientras ellos estaban perdiendo sus propias almas; y contra la ocasión por la cual habían caído en el infierno.
(6 de abril de 1922)

Un sacerdote decía: "trago veneno porque usé dinero que no era mío... el dinero que me daban por las misas que no ofrecí".
Otro decía que había pertenecido a una sociedad secreta que había traicionado a la Iglesia y a la religión. Y que había sido sobornado para cometer toda clase de terribles profanaciones y sacrilegios. Y otro más decía que había sido condenado por asistir a diversiones obscenas, tras las cuales no debería haber celebrado la Misa... y que él había pasado unos siete años así.



"Todo esto lo sentí como antes, y a pesar de que estas torturas eran terroríficas, serían soportables si el alma estuviera en paz. Pero sufre indescriptiblemente. Hasta ahora, cuando bajaba al infierno, pensaba que había sido condenada por abandonar la vida religiosa. Pero esta vez fue diferente. Portaba una marca especial, un signo de que yo era una religiosa, un alma que había conocido
y amado a Dios, y había otros que portaban el mismo signo. No puedo decir como lo reconocí, quizás en la manera especial de insultarlos con que los trataban los espíritus malvados y otras almas condenadas. También había muchos sacerdotes allí. Este sufrimiento particular no soy capaz de explicarlo. Era mucho más diferente del que había experimentado en otras ocasiones, porque si las almas de esos que vivieron en el mundo sufren terriblemente, infinitamente peor son los tormentos de los religiosos. Incesantemente, las tres palabras, Pobreza, Castidad y Obediencia, son impresas sobre el alma con punzante remordimiento.


Pobreza

"Pobreza: ¡eras libre y lo prometiste! ¿Por qué, entonces, buscaste aquella comodidad? ¿Por qué tomaste aquella cosa que no te pertenecía? ¿Por qué diste ese placer a tu cuerpo? ¿Por qué te permitiste disponer de la propiedad de la comunidad? ¿No sabías que ya no tenías el derecho de poseer nada, que habías renunciado libremente al uso de esas cosas?... ¿Por qué murmurabas cuando no había nada para ti, o cuando te imaginabas peor tratado que los
otros? ¿Por qué?

Castidad

"Castidad: tu mismo hiciste ese voto libremente y con pleno conocimiento de sus implicaciones... te obligaste a ti mismo... lo querías... ¿y cómo lo has observado? Siendo así, ¿por qué no permaneciste donde habría sido lícito para ti concederte placeres y alegría?
"Y el alma torturada responde: 'Si, hice esos votos; era libre... habría podido no hacer el voto, pero lo hice y era libre...' ¿Qué palabras pueden expresar el martirio de tal remordimiento?" escribe sor Josefa, "y todo el tiempo las imprecaciones e insultos de otras almas condenadas continúan.

Obediencia

"Obediencia: ¿no te comprometiste completamente a obedecer la Regla y a tus Superiores? ¿Por qué, entonces, juzgabas las órdenes que te eran dadas? ¿Por qué desobedecías la Regla? ¿Por qué te dispensabas de la vida comunitaria? Recuerda qué dulce era la Regla... y no la guardaste... y ahora," gritan voces satánicas, "tienes que obedecernos a nosotros no sólo por un día o un año, o
un siglo, sino por siempre jamás, por toda la eternidad.... Es tu propia obra... eras libre.



"El alma constantemente recuerda como había elegido para sí a Dios como su Esposo, y que una vez Lo amara sobre todas las cosas... que por Él había renunciado a los más legítimos placeres y a todo lo que consideraba más querido en la tierra, que en el comienzo de su vida religiosa había sentido toda la pureza, dulzura y fuerza de este Amor divino, y que por una pasión
desordenada... ahora debe odiar eternamente al Dios que había elegido para amar.

"Este odio forzado es un tormento devorador que consume el alma, ninguna alegría del pasado puede aportar ni el más mínimo alivio.
"Uno de sus mayores tormentos es la vergüenza", añade sor Josefa. "Le parece que todos los condenados de su alrededor se burlan continuamente de ella diciendo: 'Que se perdiera quien nunca tuvo las ayudas de las que tú disfrutaste no sería una sorpresa... pero tú... ¿de qué careciste? Tú, que vivías en el 
palacio del Rey... que festejabas en la mesa de los elegidos.'

"Todo lo que he escrito," concluye, "no es más que una sombra de lo que el alma sufre, porque las palabras no pueden expresar tan espantosos tormentos." (4 de septiembre de 1922).

martes, 29 de marzo de 2011

EL INFIERNO: CÓMO LE FUE REVELADO A SOR JOSEFA MENÉNDEZ

Introducción


Jesucristo se le apareció a menudo durante los años 1921-22 y 23 a la hermana Josefa Menéndez, una monja de la Sociedad del Sagrado Corazón de Jesús.


Sus Memorias están publicadas en un libro de más de 500 páginas titulado: el Camino del Amor Divino.


En este Libro se explica el empeño de Jesús en salvar nuestras almas por el encuentro con Su amor antes de "la aproximación de los últimos días del mundo".


En la vida de Sor Josefa tuvo lugar un fenómeno muy raro en la vida de los santos: conocer en carne propia los sufrimientos del infierno. Dios permitió al diablo que la bajase hasta el infierno.


Allá, pasa largas horas, algunas veces una noche entera, en una indescriptible agonía. A pesar de que fue llevada al infierno más de un centenar de veces, a ella le parece que cada vez es la primera, y cada una le semeja tan larga como una eternidad.


Soporta todas las torturas del infierno, con una sóla excepción: el odio a Dios. No fue el menor de estos tormentos oír las estériles confesiones de los condenados, sus gritos de odio, de dolor y de desesperación.


A pesar de todo, cuando tras una larga espera vuelve a la vida, destrozada y agotada, con su cuerpo agonizante por el dolor, ella no se fija en el sufrimiento, por muy severo que sea, si con ello consigue salvar un alma de aquella espeluznante caverna de tormentos. A medida que empieza a respirar mejor, su corazón estalla de alegría al saber que aún puede amar al Señor.


Sor Josefa escribe con gran reticencia sobre el tema del infierno. Ella lo hizo solamente para conformar los benditos deseos de Nuestro Señor.






El Infierno


Nuestra Señora le dijo el 25 de octubre de 1922:


"Todo lo que Jesús te da a ver y a sufrir de los tormentos del infierno es para que puedas hacerlos conocer al mundo. Por lo tanto, olvídate enteramente de ti misma, y piensa en la gloria de la salvación de las almas."


Ella repetidamente testifica sobre el mayor tormento del infierno:


"Una de estas almas condenadas gritó con desesperación: "Esta es mi tortura... que deseo amar, y no puedo hacerlo; no hay nada que salga de mi excepto odio y desesperación. Si uno de nosotros pudiese hacer tanto como un simple acto de amor... esto ya no sería el infierno, pero no podemos. Vivimos en el odio y la malevolencia." (23 de marzo 1922)


Otro de estos desgraciados dijo:


"El mayor de estos tormentos aquí es que no podemos amar a Dios. Mientras tenemos hambre de amor, estamos consumidos con el deseo de Él, pero ya es demasiado tarde." Ella registra también las acusaciónes hechas contra si mismos por estas infelices almas:


"Algunos gimen a causa del fuego que quema sus manos. Quizás ellos eran ladrones, porque dicen: "¿Donde está nuestro botín ahora?... Malditas manos... ¿Por qué deseé poseer lo que no era mio... y que en cualquier caso, sólo podría haber poseído por unos pocos días?"


Otros maldicen sus lenguas, sus ojos... cualquiera miembro que fuese la ocasión con la que pecaron... "¡Ahora, oh cuerpo, estás pagando el precio de los placeres con que te regalaste a ti mismo!... ¡¡¡Y todo ello lo hiciste por tu propria y libre voluntad...!!!." (2 de abril 1922)


"Me pareció que la mayoría se acusaba a sí mismos de pecados de impureza, de robo, de comercio fraudulento; y la mayor parte de los condenados están en el infierno por estos pecados." (6 de Abril de 1922).


"Algunos acusan a otras personas, otros a las circunstancias, y todos maldicen las ocasiones de su condenación." (Septiembre de 1922).


"Vi a mucha gente del mundo terrenal caer dentro del infierno, y ahora las palabras no pueden describir ni por asomo sus horribles y espantosos gritos: 'Condenado para siempre... Yo me engañaba a mi mismo... Estoy perdido... ESTOY AQUÍ PARA SIEMPRE JAMÁS'."


"Hoy vi un vasto número de gente caer dentro del ardiente abismo... Parecían unos vividores acostumbrados a los placeres del mundo, y un demonio gritó con estruendo: "El mundo está maduro para mí... Yo sé que la mejor manera de conseguir el control de las almas es acrecentar su deseo por la diversión y el disfrute de los placeres... "Ponme a mí en primer lugar..."; "Yo antes que los demás..."; "Y sobre todo nada de humildad para mí, sino que déjame disfrutar a mis anchas...". Esta clase de palabras asegura mi victoria... y ellos mismos se lanzan en multitudes al fondo del infierno"." (4 de octubre de 1922)




Los planes del demonio


"Hoy", escribe Josefa, "no bajé al infierno, sino que fui transportada a un lugar donde todo estaba oscuro, pero en el centro había un enorme y espantoso fuego rojo. Me dejaron inmóvil y no podía hacer ni el más mínimo movimiento.


Alrededor de mí había siete u ocho personas, sus cuerpos negros estaban desnudos, y yo podía verlos sólo por los reflejos del fuego. Estaban sentados y hablaban. "Un diablo dijo a otro: "Tenemos que ser muy cuidadosos para que no nos perciban. Podríamos ser fácilmente descubiertos".


"El diablo respondió: "Insinuaos procurando que el descuido y la negligencia se
apoderen de ellos, pero manteniéndoos en la sombra, para que no os descubran... gradualmente, ellos se volverán más y más descuidados, indiferentes al bien y al mal, sin ningún tipo de compasión ni amor, y vosotros seréis capaces de inclinarlos hacia el mal. Tentad a estos otros con la ambición, con el amor por sí mismos, que no busquen nada más que su propio interés, CON ADQUIRIR RIQUEZAS SIN TRABAJAR... de forma legal o no.


Excitad a aquellos otros hacia la sensualidad y el amor al placer. Dejad que el vicio los ciegue"."(Aquí usaron palabras obscenas) "Y con el resto... explorad sus corazones... así conoceréis sus inclinaciones... haced que amen apasionadamente... Actuad sin ningún escrúpulo... no descanséis... no tengáis piedad... El mundo debe ir hacia la condenación... y que las almas no se me escapen.


De vez en cuando, los discípulos de Satán respondían: "Somos tus esclavos... trabajaremos sin descanso. Sí, muchos luchan contra nosotros, pero trabajaremos noche y día. ¡Conocemos tu poder!" Hablaban todos a la vez, y el que yo entendí que era Satán usaba palabras espantosas. En la distancia, pude oír un bullicio de fiesta, el tintileo de las copas, y gritó:


¡Dejad que ellos mismos se junten en sus comidas! Eso lo pondrá todo más fácil para nosotros. Dejadlos que vayan a sus banquetes. El amor al placer es la puerta por la que vosotros os apoderaréis de ellos... Y esas almas ya no serín capaces de escapar de mí"."


Añadió cosas tan horribles que nunca podrían ser escritas ni dichas. Luego, como sumergidos en un remolino de humo, se desvanecieron. (3 de febrero de 1923)




Hay una lucha a muerte por cada alma


El demonio gritaba rabiosamente por un alma que se le escapaba: "Llenad su alma de miedo, llévadla a la desesperación. ¡Si ella pone su confianza en la misericordia de ese... (aquí usó palabras blasfemas contra Nuestro Señor). todo estará perdido! Pero no; llévala a la desesperación, no la dejéis ni por un instante, por encima de todo, haced que se desespere..."


Entonces el infierno resonó con gritos frenéticos, y cuando finalmente el diablo me arrojó fuera del abismo, se fue amenazándome. Entre otras cosas, decía: "¿Es posible que tales enclenques criaturas tengan más poder que yo, que soy tan poderoso?... Debo enmascarar mi presencia, trabajar en la sombra, cualquier esquina será buena para tentarlos... susurrando a un oído... en las hojas de un libro... debajo de una cama... Algunas almas no me prestan
atención, pero hablaré y hablaré, y a fuerza de hablar, alguna palabra quedará... ¡Sí, debo ocultarme en lugares en los que no pueda ser descubierto!" (7, 8 febrero de 1923)


Josefa, en su retorno desde el infierno, notó lo siguiente: "Vi varias almas caer dentro del infierno, y entre ellas estaba una niña de quince años, maldiciendo a sus padres por no haberle hablado del temor de Dios ni por haberla avisado de que existía un lugar como el infierno. Su vida fue muy corta, decía ella, pero
llena de pecado, porque ella le concedió hasta el límite todo lo que su cuerpo y sus pasiones le pedían en el camino de su autosatisfacción, especialmente había leído malos libros." (22 demarzo de 1923)


"Los ruídos de confusión y blasfemias no cesan ni por un sólo instante. Un nauseabundo olor asfixia y corrompe todo; es como el quemarse de la carne putrefacta, mezclado con alquitrán y azufre... una mezcla a la que nada en la Tierra puede ser comparable". (4 de septiembre de 1922).


Otra vez, escribe: "Las almas estaban maldiciendo la vocación que habían recibido, pero no seguido... la vocación que habían perdido, porque no tenían la voluntad de vivir una vida oculta y mortificada..." (18 de marzo de 1922)


"La noche del miércoles al jueves 16 de marzo, serían las diez, empecé a sentir como los días anteriores ese ruido tan tremendo de cadenas y gritos.
En seguida me levanté, me vestí y me puse en el suelo de rodillas. Estaba llena de miedo. El ruido seguía; salí del dormitorio sin saber a dónde ir ni qué hacer. Entré un momento en la celda de Nuestra Beata Madre... Después volví al dormitorio y siempre el mismo ruido. Sería algo más de las doce cuando de repente vi delante de mí al demonio que decía: "atadle los pies... atadle las
manos". Perdí conocimiento de dónde estaba y sentí que me ataban fuertemente, que tiraban de mí, arrastrándome. Otras voces decían: "No son los pies los que hay que atarle... es el corazón". Y el diablo contestó; ese no es mío. Me parece que me arrastraron por un camino muy largo. Empecé a oír muchos gritos, y en seguida me encontré en un pasillo muy estrecho. En la pared hay como unos nichos, de donde sale mucho humo pero sin llama, y muy mal olor. Yo no puedo decir lo que se oye, toda clase de blasfemias y de palabras impuras y terribles. Unos maldicen su cuerpo... otros maldicen a
su padre o madre... otros se reprochan a ellos mismos el no haber aprovechado tal ocasión o tal luz para abandonar el pecado. En fin, es una confusión tremenda de gritos de rabia y desesperación.


Pasé por un pasillo que no tenía fin, y luego, dándome un golpe en el estómago, que me hizo como doblarme y encogerme, me metieron en uno de aquellos nichos, donde parecía que me apretaban con planchas encendidas y como que me pasaban agujas muy gordas por el cuerpo, que me abrasaban. En frente de mí y cerca, tenía almas que me maldecían y blasfemaban. Es lo que más me hizo sufrir... pero lo que no tiene comparación con ningún tormento es la angustia que siente el alma, viéndose apartada de Dios.


"Me pareció que pasé muchos años en este infierno, aunque sólo fueron seis o siete horas... Luego sentí que tiraban otra vez de mí, y después de ponerme en un sitio muy oscuro, el demonio, dándome como una patada me dejó libre. No puedo decir lo que sintió mi alma cuando me di cuenta de que estaba viva y que todavía podía amar a Dios.


"Para poderme librar de este infierno y aunque soy tan miedosa para sufrir, yo no sé a qué estoy dispuesta. Veo con mucha claridad que todo lo del mundo no es nada en comparación del dolor del alma que no puede amar, porque allí no
se respira más que odio y deseo de la perdición de las almas".(...) "Cuando entro en el infierno, oigo como unos gritos de rabia y de alegría, porque hay un alma más que participa de sus tormentos. No me acuerdo entonces de haber estado allí otras veces, sino que me parece que es la primera vez. También creo que ha de ser para toda la eternidad y eso me hace sufrir mucho, porque recuerdo que conocía y amaba a Dios, que estaba en la Religión, que me ha
concedido muchas gracias y muchos medios para salvarme...


¿Qué he hecho para perder tanto bien...? ¿Cómo he sido tan ciega...? ¡Y ya no hay remedio...! También me acuerdo de mis Comuniones, de que era novicia, pero lo que más me atormenta es que amaba a Nuestro Señor muchísimo... Lo conocía y era todo mi tesoro...


No vivía sino para Él... ¿Cómo ahora podré vivir sin Él...? Sin amarlo.., oyendo siempre estas blasfemias y este odio... siento que el alma se oprime y se ahoga... Yo no sé explicarlo bien porque es imposible".


Más de una vez presencia la lucha encarnizada del demonio para arrebatar a la misericordia divina tal o cual alma que ya creía suya. Entonces los padecimientos de Josefa entran, a lo que parece, en los planes de Dios, como rescate de estas pobres almas, que le deberán la última y definitiva victoria, en el instante de la muerte.


"El diablo estaba muy furioso porque quería que se perdieran tres almas... Gritaba con rabia: ¡Que no se escapen...! ¡que se van...! ¡Fuerte...! ¡fuerte! "Esto así, sin cesar, con unos gritos de rabia que contestaban, de lejos, otros demonios. Durante varios días presencié estas luchas.


"Yo supliqué al Señor que hiciera de mí lo que quisiera, con tal que estas almas no se perdiesen. Me fui también a la Virgen Y Ella me dio gran tranquilidad porque me dejó dispuesta a sufrirlo todo para salvarlas, y creo que no permitirá que el diablo salga victorioso".(...)


"El demonio gritaba mucho: ¡No la dejéis...! ¡estad atentos a todo lo que las pueda turbar...! ¡Que no se escapen... haced que se desesperen...! Era tremenda la confusión que había de gritos y de blasfemias. Luego oí que decía furioso: ¡No importa! Aún me quedan dos... Quitadles la confianza... Yo comprendí que se le había escapado una, que había ya pasado a la eternidad, porque gritaba: Pronto... De prisa... Que estas dos no se escapen... Tomadlas, que se desesperen... Pronto, que se nos van.






El sufrimiento


"En seguida, con un rechinar de dientes y una rabia que no se puede decir, yo sentía esos gritos tremendos:


¡Oh poder de Dios que tienen más fuerza que yo...! ¡Todavía tengo una.., y no dejaré que se la lleve...! El infierno todo ya no fue más que un grito de desesperación, con un desorden muy grande y los diablos chillaban y se quejaban y blasfemaban horriblemente. Yo conocí con esto que las almas se habían salvado. Mi corazón saltó de alegría, pero me veía imposibilitada
para hacer un acto de amor. Aún siento en el alma necesidad de amar... No siento odio hacia Dios como estas otras almas, y cuando oigo que maldicen y blasfeman, me causa mucha pena; no sé qué sufriría para evitar que Nuestro Señor sea injuriado y ofendido. Lo que me apura es que pasando el tiempo seré como los otros. Esto me hace sufrir mucho, porque me acuerdo todavía
que amaba a Nuestro Señor y que Él era muy bueno conmigo. Siento mucho tormento, sobre todo estos últimos días. Es como si me entrase por la garganta un río de fuego que pasa por todo el cuerpo, y unido al dolor que he dicho antes. Como si me apretasen por detrás y por delante con planchas encendidas...


No sé decir lo que sufro... es tremendo tanto dolor... Parece que los ojos se salen de su sitio y como si tirasen para arrancarlos...


Los nervios se ponen muy tirantes. El cuerpo está como doblado, no se puede mover ni un dedo... El olor que hay tan malo, no se puede respirar, pero todo esto no es nada en comparación del alma, que conociendo la bondad de
Dios, se ve obligada a odiarle y, sobre todo, si le ha conocido y amado, sufre mucho más...".


Josefa despedía este hedor intolerable siempre que volvía de una de sus visitas al infierno o cuando la arrebataba y atormentaba el demonio: olor de azufre, de carnes podridas y quemadas que, según fidedignos testigos, se percibía sensiblemente durante un cuarto de hora y a veces media hora; Y cuya desagradable impresión conservaba ella misma mucho más tiempo todavía.


"Oí a un demonio, del cual había escapado un alma, forzado a confesar su impotencia. 'Desconcertante... ¿cómo pueden hacer para que se me escapen tantas? Eran mías' (y enumeró sus pecados)... 'Trabajé muy duramente, y aún así se escaparon entre mis dedos... Alguien debe estar sufriendo y reparando por ellos.'" (15 de enero de 1923).