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domingo, 18 de marzo de 2012

MEDITACIÓN SEGUNDA: LA CRUZ

Era un hombre joven, lleno de vida, guapo, un conquistador con las mujeres, listo y con dinero. Lo tenía absolutamente todo o, al menos, eso parecía. Era de esos que muchas veces miramos con muchísima envidia, porque es el mejor futbolista, con una cartera repleta de dinero y una agenda llena de chicas dispuestas a morir por él. Aquel chaval era un triunfador. Estudiaba en la universidad, como muchos de nosostros hacemos o hemos hecho. Era fundamentalmente, un tipo normal; eso sí, con algo de suerte.

Fue un día, en medio de su éxito y de su aparente bienestar, cuando al volver a casa se encontró a Ignacio, un sacerdote vasco que le conocía muy bien. Imagino que hablarían de mil cosas y, después de ver el estilo de vida que llevaba aquel muchacho, el bueno del padre Ignacio le dijo, citando el evangelio. "Javier, ¿de qué te sirve ganar el mundo entero si pierdes tu alma?".

Aquella consideración cambió el corazón de ese joven llamado Francisco de Javier. Entendió que "lo que se necesita para conseguir la felicidad no es una vida cómoda, sino un corazón enamorado".

Piénsalo delante de Dios. ¿Por qué a veces estás triste? ¿Te das cuenta de que te falta algo?. Quizá las cosas, en realidad, no van tan bien como quisieras y eso te genera tristeza.

Fuera como fuere, pregúntate delante de Dios: ¿de qué sirve ganar el mundo entero si pierdes tu alma?.

Francisco Javier se hizo sacerdote, y así es como entendió muy bien que el amor de Dios e slo que mas llena el corazón del hombre. En aquél siglo XVI había gran entusiasmo por llevar el Evangelio a América, pero aquel joven decidió ir a predicar a tierras aún mas lejanas: a las indias orientales.

Había hecho muy buenos amigos entre aquellos primeros seguidores de san Ignacio de Loyola. Sabían muy bien lo que era la amistad verdadera. Se querían un montón, como se quieren los buenos amigos, sin crítica, con sinceridad. hablaban micho, que es lo que tiene ser amigo y ser joven, y se llenaban de entusiasmo: hablaban de China y de Japón, de donde venían exploradores trayendo tesoros exóticos. Hablaban de lo grande que era el mundo y lo pequeño que era su amor. Tenían ilusión. Ahora sí, los horizontes de su mundo eran grandes, pacíficos y maravillosos.. Cuántas esperanzas del Joven Francisco.

Y porque el mundo se le quedaba pequeño se hizo a la mar para ir a tierras lejanas a predicar el Evangelio. No entendía cómo había gente que fuera capaz de vivir sin conocer a Jesucristo. Ser amigo de Jesús le parecía una alegría tan grande que tenía que compartirla por todo el mundo.

Dicen que se metió en una cajita el nombre de sus amigos. Sabía que no volvería a verlos pero lo hacía por el amor de Dios.

Pregúntaselo a san Francisco Javier. ¿qué llevas dentro para sacrificar tu propia vida, tus amistades, tus amores? ¿Tan importan te era para ti Jesucristo? ¿Que veías en El? Y sobretodo, si Francisco era capaz de querer así a Dios, ¿por qué yo no?.

En la India bautizaba hasta tres mil personas en un día, y su sueño era llegar a China. No pudo cumplirlo, pero murió cerca, viendo ya la costa de aquel gran país.

Seguro que san Francisco de javier tuvo que soportar muchísimas dificultades: hambre, pobreza, naufragios, desnudez, traiciones, ataques, heridas, mordeduras de animales, mosquitos horribles...Y de todo se reponía, y todo lo ofrecía: "a mayor gloria de Dios".

Quizá a nosotros no se nos piden tales heroicidades. Basta con que repases delante de Dios cómo lleva tu cruz de cada día. El evangelista Lucas es claro: de cada día. Otros no lo dicen: Luca sí. Porque quiere subrayar que el amor a Dios, como cualquier amor no es fruto de un entusiasmo momentáneo.

San Francisco Javier un día dijo: ¡basta de comodidad! ¡mas amor a mi vida!, y luego hubo de renovarlo una y mil veces hasta dar su vida por Cristo.

¿Y nosotros? ¿Y tú? Son necesarias las dos cosas: ¡quiero tomar tu cruz Jesús mío! y hacerlo cada día.

Es momento, quizá también para que repases tu lista de mortificaciones que hiciste ayer, porque eso es también tu Cruz de cada día. Y reconoce delante del Señor que, igual, ha pasado sólo un día de Cuaresma...y tu lucha ya ha disminuido. Si es así, renuévala delante de El en este último rato de oración.