Por su interés reproducimos aquí este interesante artículo de Antonio Socci, publicado en De “Libero”, 2 de abril de 2010 que viene muy bien para centrar ideas en estos tiempos de persecución.
La Pasión de la Iglesia, que está en acto, fue profetizada en los mínimos detalles. Independientemente de cuál sea el pensamiento que se tenga acerca de las modernas apariciones de la Virgen, los documentos hablan claro.
Los dos rostros símbolo de la actual Pasión de la Iglesia son el Papa y un pobre y humilde cristiano de Pakistán, Arshed Masih, de 38 años, que trabajaba como chofer en Rawalpindi.
Ante tres policías y algunos jefes religiosos musulmanes fue rociado de bencina y quemado vivo porque rechazaba renegar a Cristo y convertirse al Islam.
Y cuando la mujer Martha, destruida por el dolor, fue a la comisaría a denunciar el asesinato del marido, fue torturada y violada por los policías ante los ojos aterrorizados de los hijos de 7, 10 e 12 años.
El episodio es de estos días, pero documenta el continuo, terrible martirio de cristianos que en el siglo XX fue perpetrado bajo todos los regímenes, ideologías y latitudes.
Un sociólogo de Oxford estimó en 45 millones los cristianos que han perdido la vida, directa o indirectamente, a causa de la propia fe.
Este océano de sangre cristiano había sido profetizado por la Virgen, explícitamente en Fátima. Fue dicho con toda claridad.
Para la mayoría tal martirio permanece aún desconocido. Más aún, a él se le agrega el martirio moral de la Iglesia arrastrada al banco de los acusados y signada con la marca de la infamia.
La Virgen, siempre en Fátima, profetizó la persecución del Papa y en una visión a Jacinta (una de los tres pastorcitos, beatificada en el 2000), parece señalarle un linchamiento moral que coincidiría con el que Benedicto XVI se encuentra viviendo en estas semanas.
Tal visión está descripta en la “tercera memoria” de Sor Lucía, de fecha 31 de agosto de 1941, donde dice:
“Un día Jacinta se sienta sobre la lastra del pozo de mis padre…Después de un tiempo me llama.
- ¿No viste al Santo Padre?
- ¡No!
- ¡No sé cómo fue! Vi al Santo Padre en una casa muy grande, arrodillado ante una mesa, con la cara entre las manos, llorando. Fuera de la casa había mucha gente, algunos arrojaban piedras, otros maldecían y decían palabrotas. ¡Pobre Santo Padre! ¡Debemos rezar mucho por él!”.
Parece la descripción del linchamiento moral al que el Papa es hoy sometido. Efectivamente, asistimos a una deslegitimación moral de la Iglesia de la que no se recuerda otra igual, encima con el intento explícito de arrastrar personalmente en juicio al Pontífice como cabeza de una banda de malhechores.
Hay que agregar que a las persecuciones contra la Iglesia siguen siempre desgracias para el mundo. En efecto, la visión de Jacinta continúa en estos términos:
“¿No ves muchos caminos, muchos senderos y campos llenos de personas que lloran de hambre y no tienen nada qué comer? ¿Y al Santo Padre en una iglesia, delante del Corazón Inmaculado de María, en oración? ¿Y tanta gente rezando con él?”.
Todo este martirio material y moral de la Iglesia del siglo XX parece representar un momento decisivo dramático de su historia milenaria.
Como le fue revelado a un Papa –al comienzo de su pontificado- aquel León XIII, autor de la “Rerum novarum” (la primera encíclica social), que condujo la nave de la Iglesia en el Novecientos.
En efecto, una mañana del día 13 de octubre de 1884 (el mismo día de la última aparición de Fátima: 13 de octubre de 1917), después de la celebración de la Misa, mientra Papa León XIII estaba en oración, fue visto que alzaba la cabeza como si tuviese una visión.
Parecía aterrorizado: había escuchado un diálogo, junto al sagrario. Una voz horrible, que pertenecía a Satanás, lanzaba el desafío a Dios, diciéndose capaz de destruir la Iglesia si sólo hubiese podido ponerla a la prueba (Satanás desprecia siempre a los hombres, a los que continuamente acusa. Mientras Dios siempre confía en sus hijos).
Parece que tal prueba fuere permitida por un siglo.
Luego, Papa León XIII – aquella mañana del 1884 – tuvo la visión de la Basílica de San Pedro asaltada por demonios y sacudida desde los fundamentos.
La revelación al Papa coincide con la de la mística Anna Katharina Emmerich, donde dice:
“Si no me equivoco escuché que Lucifer será liberado y le serán quitadas las cadenas, cincuenta o sesenta años antes del 2000, por un cierto tiempo. Escuché que otros acontecimientos ocurrirían en tiempos determinados pero los he olvidado”.
Fue después de aquella visión que León XIII escribió la oración a San Miguel Arcángel para la protección de la Iglesia, que hasta el Concilio era recitada al final de la Misa. Después del Concilio fue abolida. También después del Concilio, al comienzo de la década del sesenta, Pablo VI anunciará dramáticamente: “El humo de Satanás ha entrado en el templo de Dios”.
Hace poco, el famoso exorcista padre Gabriele Amorth, ha explicado que aquel humo de Satanás en el Vaticano debe ser entendido también en sentido literal: hombres bajo el poder de Satanás estarían presentes en la Iglesia y en el mismo Vaticano.
Que este ataque demoníaco incluya también la caída de algunos curas en perversiones como la pedofilia (crímenes contra los hijos de Dios más inocentes e inermes: los niños) fue predicho por la Virgen –por cuanto aparece- en La Salette en 1846 (donde la Virgen preanunció también los sufrimientos del Papa y atentados contra su persona).
La aparición es reconocida por la Iglesia, pero sobre este texto no hay un juicio oficial: “La Iglesia sufrirá una crisis espantosa” habría dicho la Virgen, “se verá el abomino en los lugares santos; en los conventos las flores de la Iglesia será putrefactas y el demonio se volverá como el rey de los corazones "los sacerdotes con su mala vida se han vuelto cloacas de impureza”.
Ciento cincuenta años después, en el célebre Via Crucis del 25 de marzo de 2005, el Cardenal Ratzinger constatará: “cuánta suciedad en la Iglesia”. Con las pesadas palabras de aquel Via Crucis probablemente Ratzinger y Juan Pablo II intentaron revelar implícitamente (para obedecer a la Virgen), los contenidos aún no publicados del “tercer secreto de Fátima”, del mismo tenor que el de La Salette.
Toda esta serie de apariciones de la Virgen, que convergen en cuanto a contenidos, perseguían el objetivo de advertir que la actual es una época excepcional de la historia de la Iglesia y que hay en acto un auxilio especial del Cielo.
Lo que ocurrió y lo que está ocurriendo prueba que las advertencias proféticas eran auténticas y demuestra también que la Virgen tiene la misión especial de salvar a la Iglesia en esta terrible, larga prueba.
Con tal que se la escuche. Porque el peor error que la clase eclesiástica ha hecho y puede hacer es justamente la de “despreciar las profecías” y “apagar el Espíritu”.
Fue perpetrado con las persecuciones a santos curas, como Padre Pío. Fue repetido en parte con Fátima, refutando, durante decenios, hacer la Consagración de Rusia al Corazón Inmaculado de María (para exorcizar el comunismo) como había sido pedido por la misma Virgen.
En efecto, apareciendo a Sor Lucía, en 1930, Jesús previó la persecución a los papas precisamente a causa de aquella sordera.
Ahora el “plan de salvataje” de la Virgen reaparece con sus apariciones en Medjugorje (“la prosecución de Fátima”, como Ella misma ha dicho).
Desde cuando comenzaron estas extraordinarias apariciones, en 1981, del otro lado de la cortina asistimos al cumplimiento de varias profecías (sobre la guerra en Yugoslavia) a la caída del comunismo y a una oleada oceánica de conversiones.
Precisamente en estos meses una comisión vaticana, presidida por el Cardenal Ruini, está evaluando las apariciones de Medjugorje, de las que Juan Pablo II era cierto y entusiasta. Deberán decidir si dar acogida a este extremo, formidable socorro sobrenatural o rechazarlo, desmintiendo a Papa Wojtyla.
La clase clerical, que hoy está al centro de la tempestad, debería considerar con humildad la inmensidad de los frutos y de los signos de estas apariciones.
Y, conscientes de sus propios enormes límites, confiar la Iglesia a la protección de María, la Inmaculada, la única “sin mancha”.
En caso contrario…