miércoles, 6 de abril de 2011

CUARTO MIERCOLES DE CUARESMA

Señor, Dios nuestro, que concedes a los justos el premio de sus méritos y a los pecadores que hacen penitencia les perdonas los pecados, ten piedad de nosotros y danos, por la humilde confesión de nuestras culpas, tu paz y tu perdón. Amén.

Meditación

1.- Justos e injustos, santos y pecadores, buenos y malos es la amalgama de la humildad de la que formamos parte. Cada uno de nosotros tiene parte de ambas realidades. Podríamos definirnos como pecadores con vocación de justos, como injustos con vocación de santos. Nuestro anhelo es llegar a la santidad, a la justicia bíblica. Sin embargo, nuestro peregrinar hacia esa meta está ralentizado por el deseo de nuestros pecados. Cabalgamos sobre dos caballos: nuestra llamada y deseo de santidad y nuestra condición pecadora. ¿Se pueden compaginar ambas realidades?. En la voluntad, en el deseo, en la lucha ascética no. Pero en la realidad cotidiana sí que nos vemos inmersos en esos fallos.

2.- La Iglesia suplica al Señor que "tenga piedad de nosotros", pecadores, injustos, frágiles e inconsecuentes. Él, el Señor, cnoce de qué barro estamos hechos. Por eso le pedimos que sienta compasión por nosotros y que esa compasión nos regale "la paz y el perdón". Por nuestra parte, hemos de confesar humildemente nuestra pobre situación pecaminosa. Hemos de abrirnos al perdón del Padre..

Pregúntate: si verdaderamente eres consciente de esa doble realidad santa y pecadora que te constituye, y si la asumes con humildad. Cómo vas a vivir estos días cuaresmales reconociendo tus culpas y pidiendo perdón por ellas.


Súplica

Señor Jesucristo, lento a la cólera y rico en piedad y clemencia, fíjate en mi pobreza espiritual, en mi fragilidad y en mis culpas, y corre compasivo en mi ayuda. Ten misericordia de mí, pobre pecador, y limpia mi alma de toda mácula de pecado, y concédeme la paz y el perdón.

Señor Jesús, gloria y corona de tus santos, de los justos que viven conforme al amor que beben en tu Corazón traspasado. A ese Corazón abierto por la lanza romana, acudo también yo para beber en abundancia las aguas sacramentales del perdón y la reconciliación.

Envía a mi corazón, roto y malgastado, la fuerza renovadora de tu Cruz para que, sinceramente arrepentido, viva en la justicia, la verdad y la santidad.

Amén.


Jaculatoria

Límpiame, Señor, y dame tu paz.

EL INFIERNO DE LOS CONSAGRADOS

He aquí un tema desconocido, misterioso e inquietante. Las almas cosagradas (curas, monjas, obispos, cardenales y papas) también pueden ir al infierno. Sor Josefa Menéndez nos relata en sus visiones esta tremenda realidad. Veamos:


Lo que viene a continuación es un resumen  de las notas de sor Josefa sobre "El infierno de las almas consagradas".


Es curioso, ahora que se dice que el infierno es un estado de la conciencia, que no posee lugar físico, que el sufrimiento es espiritual, algo light e inofensivo, leyendo estas visiones, el infierno se parece mucho más a un viejo grabado medieval...







"La meditación del día fue sobre el Juicio Particular de las almas religiosas. Yo no podía liberar mi mente de este pensamiento, a pesar de la opresión que sentía. De pronto, me sentí rodeada y oprimida por un gran peso, de tal forma que en un instante, vi más claramente que nunca antes lo maravillosa que es la santidad de Dios y Su aborrecimiento del pecado.

"Vi en un instante mi vida entera, desde mi primera confesión hasta este día. Todo me fue vívidamente presentado: mis pecados, las gracias que recibí, el día que entré en religión, mis vestidos de novicia, mis primeros votos, mis lecturas espirituales, mis tiempos de oración, los avisos que me fueron dados, y todas las ayudas de la vida religiosa. Imposible describir la confusión y la vergüenza que una alma siente en ese momento, cuando se da cuenta: 'todo está perdido, y estoy condenada para siempre.'"

Como en sus anteriores descensos al infierno, sor Josefa nunca se acusaba a sí misma de ningún pecado específico que pudiera haberla conducido a tal calamidad. Nuestro Señor había proyectado únicamente que ella sintiera las consecuencias, si hubiera merecideo tal castigo. Sor Josefa escribió:

"Instantáneamente, me encontré a mí misma en el infierno, pero no arrastrada allí como antes. El alma se precipita allí ella misma, como si fuera para esconderse de Dios y así ser libre de odiarlo y maldecirlo.

"Mi alma se precipitó en las profundidades abismales, cuyo fondo no puede ser visto, porque es inmenso... al mismo tiempo que oí a otras almas riéndose y alegrándose de verme compartir sus tormentos. Fue martirio suficiente oír las terribles imprecaciones provenientes de todas partes, pero que no puede ser comparado con la sed de lanzar maldiciones que se apodera de las almas, y
cuanto más se maldice, más se desea maldecir y más aumenta esta sed. Nunca había sentido lo mismo antes. Las últimas veces mi alma había sido oprimida de angustia al oír estas horribles blasfemias, a pesar de ser completamente incapaz de producir ni un solo acto de amor. Pero hoy fue de otra manera.

"Vi el infierno como siempre antes, los largos corredores oscuros, las cavidades, las llamas... Oí las mismas blasfemias e imprecaciones, porque - y de esto he escrito ya antes - a pesar de que no eran visibles formas corporales, los tormentos se sentían como si estuvieran presentes, y las almas se reconocen las unas a las otras. Una dijo: 'Hola, ¿tú por aquí? ¿Y estás tú como nosotros? Nosotros eramos libres de tomar esos votos o no...
¡pero no!'
Y maldecían sus votos.



Algunas almas maldecían la vocación que habían recibido, y a la que no habían correspondido... la vocación que habían perdido porque no habían querido vivir humildes y mortificados... 

En una ocasión, cuando estaba en el infierno, vi un gran número de sacerdotes, religiosos y monjas, maldiciendo sus votos, sus órdenes, a sus superiores y a todo aquello que les había dado la Luz y la gracia que habían perdido.

Vi también a algunos prelados. Uno se acusaba a sí mismo de haber utilizado ilícitamente los bienes pertenecientes a la Iglesia.
Los sacerdotes lanzaban maldiciones contra sus lenguas, las cuales habían consagrado; contra sus dedos, que habían portado el sagrado Cuerpo de Nuestro Señor; contra las absoluciones que habían concedido; mientras ellos estaban perdiendo sus propias almas; y contra la ocasión por la cual habían caído en el infierno.
(6 de abril de 1922)

Un sacerdote decía: "trago veneno porque usé dinero que no era mío... el dinero que me daban por las misas que no ofrecí".
Otro decía que había pertenecido a una sociedad secreta que había traicionado a la Iglesia y a la religión. Y que había sido sobornado para cometer toda clase de terribles profanaciones y sacrilegios. Y otro más decía que había sido condenado por asistir a diversiones obscenas, tras las cuales no debería haber celebrado la Misa... y que él había pasado unos siete años así.



"Todo esto lo sentí como antes, y a pesar de que estas torturas eran terroríficas, serían soportables si el alma estuviera en paz. Pero sufre indescriptiblemente. Hasta ahora, cuando bajaba al infierno, pensaba que había sido condenada por abandonar la vida religiosa. Pero esta vez fue diferente. Portaba una marca especial, un signo de que yo era una religiosa, un alma que había conocido
y amado a Dios, y había otros que portaban el mismo signo. No puedo decir como lo reconocí, quizás en la manera especial de insultarlos con que los trataban los espíritus malvados y otras almas condenadas. También había muchos sacerdotes allí. Este sufrimiento particular no soy capaz de explicarlo. Era mucho más diferente del que había experimentado en otras ocasiones, porque si las almas de esos que vivieron en el mundo sufren terriblemente, infinitamente peor son los tormentos de los religiosos. Incesantemente, las tres palabras, Pobreza, Castidad y Obediencia, son impresas sobre el alma con punzante remordimiento.


Pobreza

"Pobreza: ¡eras libre y lo prometiste! ¿Por qué, entonces, buscaste aquella comodidad? ¿Por qué tomaste aquella cosa que no te pertenecía? ¿Por qué diste ese placer a tu cuerpo? ¿Por qué te permitiste disponer de la propiedad de la comunidad? ¿No sabías que ya no tenías el derecho de poseer nada, que habías renunciado libremente al uso de esas cosas?... ¿Por qué murmurabas cuando no había nada para ti, o cuando te imaginabas peor tratado que los
otros? ¿Por qué?

Castidad

"Castidad: tu mismo hiciste ese voto libremente y con pleno conocimiento de sus implicaciones... te obligaste a ti mismo... lo querías... ¿y cómo lo has observado? Siendo así, ¿por qué no permaneciste donde habría sido lícito para ti concederte placeres y alegría?
"Y el alma torturada responde: 'Si, hice esos votos; era libre... habría podido no hacer el voto, pero lo hice y era libre...' ¿Qué palabras pueden expresar el martirio de tal remordimiento?" escribe sor Josefa, "y todo el tiempo las imprecaciones e insultos de otras almas condenadas continúan.

Obediencia

"Obediencia: ¿no te comprometiste completamente a obedecer la Regla y a tus Superiores? ¿Por qué, entonces, juzgabas las órdenes que te eran dadas? ¿Por qué desobedecías la Regla? ¿Por qué te dispensabas de la vida comunitaria? Recuerda qué dulce era la Regla... y no la guardaste... y ahora," gritan voces satánicas, "tienes que obedecernos a nosotros no sólo por un día o un año, o
un siglo, sino por siempre jamás, por toda la eternidad.... Es tu propia obra... eras libre.



"El alma constantemente recuerda como había elegido para sí a Dios como su Esposo, y que una vez Lo amara sobre todas las cosas... que por Él había renunciado a los más legítimos placeres y a todo lo que consideraba más querido en la tierra, que en el comienzo de su vida religiosa había sentido toda la pureza, dulzura y fuerza de este Amor divino, y que por una pasión
desordenada... ahora debe odiar eternamente al Dios que había elegido para amar.

"Este odio forzado es un tormento devorador que consume el alma, ninguna alegría del pasado puede aportar ni el más mínimo alivio.
"Uno de sus mayores tormentos es la vergüenza", añade sor Josefa. "Le parece que todos los condenados de su alrededor se burlan continuamente de ella diciendo: 'Que se perdiera quien nunca tuvo las ayudas de las que tú disfrutaste no sería una sorpresa... pero tú... ¿de qué careciste? Tú, que vivías en el 
palacio del Rey... que festejabas en la mesa de los elegidos.'

"Todo lo que he escrito," concluye, "no es más que una sombra de lo que el alma sufre, porque las palabras no pueden expresar tan espantosos tormentos." (4 de septiembre de 1922).

CUARTO MARTES DE CUARESMA

Te pedimos, Señor, que las prácticas santas de esta Cuaresma dispongan el corazón de tus fieles para celebrar dignamente el misterio pascual y anunciar a todos los hombres la grandeza de tu salvación. Amén.

Meditación

1.- ¿Qué prácticas santas cuaresmales practicas?. La oración le recuerda al Señor que las practicamos. Pero ¿será verdad? La súplica consiste en que dichas "prácticas santas cuaresmales" nos preparen el corazón para celebrar bien la Pascua y ser testigos de la Resurrección entre los hombres. Por tanto, la disposición interior, la celebración digna de la Pascua y el testimonio que demos de Jesús, tienen como fuente y origen nuestras prácticas santas. De ahí que es necesario saber cuáles son y cómo las realizamos, pues en ella nos va la vivencia gozosa de la Resurrección y el testimonio cristiano.

2.- La Liturgia Cuaresmal del pasado Miércoles de Ceniza resumía esas prácticas a tres: el ayuno, la oración y la limosna.

El ayuno: la mortificación voluntaria, no por sí misma, sino como un ejercicio de autocontrol sobre el cuerpo y la voluntad, y así, destinar cuanto hemos ayunado a obras de caridad, La oración: un encuentro más frecuente y más intenso con Aquel que, por nosotros, subió al madero de la cruz. La limosna: no hacer simplemente la caridad sino ejercerla como remedio de nuestros pecados y testimonio de nuestro arrepentimiento.

Pregúntate: qué obras santas llevas practicando esta Cuaresma y cómo. De que te has abstenido, ayunado, para hacer caridad.


Súplica

Señor Jesucristo, prepara Tú, mi pobre corazón para celebrar digna y gozosamente tu santa resurrección y para testimoniar, entre quienes me rodean, mi adhesión a ti.

Prepáralo Tú, Señor Jesucristo, porque yo, ni sé ni puedo hacerlo imbuido como estoy en tantas cosas y distracciones que no me permiten vivir con el corazón y la mente en ti.

Prepara mi voluntad para que, con la fuerza de tu Espíritu, ayune, ore y de limosna desde el corazón.

No permitas, Señor Jesús, que me quede en puras apariencias cuaresmales. Que abrace tu cruz en mi corazón y allí te acompañe siendo tu cireneo. Déjame, Señor, caminar a tu lado hasta el Calvario y allí, como tu discípulo San Juan, ser testigo de tu amor infinito y misericordioso.

Amén.


Jaculatoria

Prepara Tú, mi pobre corazón.

CUARTO LUNES DE CUARESMA

Oh Dios, que renuevas el mundo por medio de sacramentos divinos, concede a tu Iglesia la ayuda de estos auxilios del cielo sin que le falten los necesarios de la Tierra. Amén.

Meditación

1.- Para entender y vivir la petición que hoy hace la Iglesia al Señor, conviene clarificar conceptos. "Los sacramentos divinos" y "los auxilios terrenos" son ayudas eficaces que Dios nos ofrece para una renovación interior. Le decimos a Dios hoy que Él "renueva el mundo". No renueva Dios un mundo material sino el mundo espiritual, o sea, la humanidad, el corazón del hombre. Dios "renueva  interiormente al hombre, dándole un corazón nuevo". Y esa renovación la hace el Señor por medio de los sacramentos divinos. El corazón del hombre, lleno de soberbia y vanidad, es incapaz de autorenovarse. Esa renovación interior es obra exclusivo de Dios. Jesús se lo había dicho a Nicodemo: "Lo que nace de la carne, es carne, lo que nace del espíritu, es espíritu". Por eso oramos diciendo: "Oh Dios, que renuevas el mundo". Es, pues, Dios el autor de nuestra renovación. Y nos renueva interiormente mediante los sacramentos divinos. Todo sacramento dignamente recibido es un auxilio divino que Dios nos ofrece para hacer nuevo nuestro corazón.

Pregúntate: si te dejas renovar por Dios o si le pones pegas. Cómo recibes los sacramentos, si te preparas adecuadamente y con respeto sabiendo que se trata de auxilios divinos.


Súplica

Señor Jesucristo, Restaurador de mi espíritus, mira mi corazón herido y magullado por el pecado, por la soberbia y la avaricia, por la pereza y la envidia, por la ira y la gula. Mira mi corazón imposibilitado para reconvertirse en un corazón nuevo y amante, un corazón generoso y desprendido, un corazón humilde y cariñoso.

Ponte manos a la obra Señor, y renuévame por dentro. Limpia mis pecados e imperfecciones. Sana las heridas que el mal ha abierto en mí. Y haz que, con el auxilio infinito de tus sacramentos, mi corazón reciba tu bálsamo sanador que cicatrice mis heridas.

Quita mi corazón de piedra y pon uno de carne, sensible, cercano, cariñoso y agradecido.

Amén.


Jaculatoria

Sana mi corazón herido, Señor.