sábado, 18 de diciembre de 2010

RETIRO ESPIRITUAL: MEDITACIÓN 5

Señor mío y Dios mío, creo firmemente que estás aquí. Que me ves, que me oyes., te adoro con profunda reverencia. Pido perdón por mis pecados y gracia para hacer con fruto este rato de oración. Madre mía inmaculada, San José mi padre y señor, ángel de mi guarda, interceded por mí.

San Juan de la Cruz era un hombre de corta estatura. Santa Teresa lo llamaba mi medio frailecico. De este santo tenemos noticia de su primera misa. Por lo que cuentan los cronistas, al santo le entró verdadero pánico antes de decir su primera misa. Un terror que le hacía retraerse por la dignidad del sacerdocio. El era consciente por su especial sensibilidad espiritual de la grandeza de ser sacerdote.

Al comenzar la santa misa, San Juan de la Cruz, notó que las dificultades se intensificaban. Entonces brotó de su corazón un deseo muy intenso de tocar con las manos el cuerpo de Cristo, y a la vez le pidió al señor un favor: “Señor, que nunca te ofenda mortalmente, que nunca cometa un pecado mortal”. Y también pidió experimentar en su corazón la denominada; “aversión a todo pecado venial deliberado”.



El señor concedió estos deseos, lo que posibilitó que San Juan de la Cruz tuviera un corazón puro y una gran sencillez espiritual.

Yo quería en esta meditación, más que hablar del pecado, hablar de la tentación, que es el acto previo. Conocer a los enemigos del alma. San Juan habla de la concupiscencia de la carne, concupiscencia de los ojos y soberbia de la vida. Para el catecismo de la Iglesia Católica, los enemigos del alma, son el mundo, el demonio y la carne. Son los que te impedirán alcanzar la santidad.



Es muy importante que sepas que el demonio te odia. Alguien dijo una vez que el demonio le daba pena porque no podía salvarse. Gran error. El demonio te odia porque tú eres capaz de dios y el no, y te odia por eso, te envidia y quiere para ti lo peor.

El mundo no es malo en sí mismo. Debemos pedir a Dios que nos preserve del mal, no que nos aleje del mundo, pues somos el centro de la creación.

No menospreciar nunca el poder del demonio. El ataque del diablo es psicológico y muy intenso. Incluso las personas más santas y experimentadas son víctimas de sus garras. El demonio es capaz de sacar el mal incluso de una persona buena y que hace buenas obras. La tentará psicológicamente haciéndola creer que es buena. De ahí a la soberbia sólo hay un paso.



Jesús fue conducido por el Espíritu para allí ser tentado por el diablo. Tú estás leyendo esta meditación porque fuiste llevado por Dios. Puedes elegir y no hacerlo usando tu libertad, pero Dios te lleva. Este punto es importante. El Espíritu Santo actúa y mueve a las almas. Y hay que estar muy atento, de ahí la importancia de la frase del rey Salomón: “dame señor un corazón sabio”, un corazón que sepa todo lo que necesito saber. El Espíritu Santo nos lleva todos los días a circunstancias muy diversas

Cada día de nuestra vida es volverle a decir que sí a Dios. San Marino fue un general romano que ganó una gran batalla. Aún no era santo, pero sí buen cristiano. El emperador le concedió una gran condecoración. En la ceremonia alguien le dijo al emperador que Marino es cristiano. Se hizo un gran silencio, porque estaba prohibido ser cristiano. El emperador le pregunto ¿tú eres cristiano?. El dijo que sí sin dudarlo. En esa época, bautizarse equivalía a pena de muerte por ley. Todos los días tenemos que elegir.



40 días ayunó Jesús, y el hambre no era metafórica, ni el número de días. El demonio le tentó, en primer lugar,  con la vanidad: “haz que estas piedras se conviertan en pan”. El demonio tienta cuando sabe que estamos débiles.

“Si eres hijo de Dios, haz que estas piedras se conviertan en pan”. Es como decir, tú que eres poderoso, si tienes hambre, por qué no te resuelves el problema del hambre, ¿que más te da?, si no te ve nadie. Es la tentación de vivir como si Dios no existiera. Vivir resolviendo yo mis problemas, valiéndome yo de mi mismo.

Y, ¿qué hace luego el tentador?. Lo lleva al pináculo de la ciudad santa, al alero del templo. “Si eres hijo de Dios, tírate abajo porque tus ángeles te recogerán”. Muchas veces tentamos a Dios, cuando le pedimos cosas extraordinarias a las que no tenemos derecho: “no tentarás al señor tu Dios”. Es vivir como si mi libertad no existiera, o como si Dios no existiera. Este es la gran tentación del demonio: la irresponsabilidad, la inmadurez. El hacer que todo dependa de Dios, y yo no poner nada de mi parte.



El demonio, desesperado por el fracaso, lleva a Jesús a un monte, le muestra los reinos de la tierra y le dice: “todo esto te daré si postrándote ante mí de rodillas, me adorares”. El demonio siempre miente: siempre, siempre, toda tentación viene precedida por una mentira. Luego cuando has caído vienen las lamentaciones “qué tonto he sido”, “lo sabía”, etc. El tentador, lo que le quiere decir a Jesús es: “mira, yo te voy a conceder la gloria sin la cruz”, simplemente con un pequeño gesto. Y no hay gloria sin cruz, no hay amor sin cruz. El tentador dice: “no vas a pasar por el calvario para obtener la gloria, sólo tienes que adorarme”. Ahí están por ejemplo todos los diosecillos que adoramos porque nos prometen la felicidad.

Los becerros de oro, como el que construyeron los israelitas mientras Moisés estaba orando en el monte. Diosecillos, idolillos, de esto hay muchos ejemplos. Los hobbies absurdos, las aficiones compulsivas, el coleccionismo, la acumulación de objetos, el consumismo, el culto al cuerpo, en definitiva, todos los mitos materiales y humanos. El demonio te promete lo que no te puede dar. Un mundo sin esfuerzo es la falsa promesa del demonio.

Hagamos nuestra la petición de san Juan de la Cruz: “Señor que nunca más cometa un pecado grave que me aparte de ti”

Te doy gracias Dios mío por los buenos propósitos, afectos e inspiraciones, que me has comunicado en esta meditación, te pido ayuda para ponerla por obra. Madre mía inmaculada, San José mi padre y señor, ángel de mi guarda, interceded por mí.

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